05 de enero de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 2
La preparación de los doce
Estas palabras se cumplieron maravillosamente. Después del descenso del Espíritu Santo, los discípulos estaban tan llenos de amor hacia Cristo y hacia aquellos por quienes él murió, que los corazones se conmovían por las palabras que hablaban y las oraciones que ofrecían. Hablaban con el poder del Espíritu; y bajo la influencia de ese poder miles se convirtieron.Capítulo 2
La preparación de los doce
Como representantes de Cristo, los apóstoles iban a hacer una impresión definida en el mundo. El hecho de que eran hombres humildes no disminuiría su influencia, sino que la acrecentaría; porque las mentes de sus oyentes se dirigirían de ellos al Salvador, que, aunque invisible, seguía obrando todavía con ellos. La maravillosa enseñanza de los apóstoles, sus palabras de valor y confianza, darían a todos la seguridad de que no obraban ellos por su propio poder, sino por el poder de Cristo. Al humillarse a sí mismos, declararían que Aquel a quien los judíos habían crucificado era el Príncipe de la vida, el Hijo del Dios vivo, y que en su nombre hacían las obras que él había hecho.
En su conversación de despedida con sus discípulos la noche antes de la crucifixión, el Salvador no se refirió a los sufrimientos que había soportado y que debía soportar todavía. No habló de la humillación que lo aguardaba, sino que trató de llamar su atención a aquello que fortalecería la fe de ellos, induciéndolos a mirar hacia adelante a los goces que aguardan al vencedor. Se regocijaba en el conocimiento de que podría hacer más por sus seguidores de lo que había prometido y de que lo haría; que de él fluirían amor y compasión que limpiarían el templo del alma y harían a los hombres
semejantes a él en carácter; que su verdad, provista del poder del Espíritu, saldría venciendo y para vencer.
“Estas cosas os he hablado—dijo,—para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción: mas confiad, yo he vencido al mundo.” Juan 16:33. Cristo no fracasó, ni se desalentó; y los discípulos debían manifestar una fe igualmente constante. Debían trabajar como él había trabajado, dependiendo de él como fuente de fuerza. Aunque su camino iba a ser obstruído por imposibilidades aparentes, por su gracia habían de avanzar, sin desesperar de nada y esperándolo todo.
Cristo había terminado la obra que se le había encomendado que hiciera. Había reunido a aquellos que habrían de continuar su obra entre los hombres. Y dijo: “He sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; pero éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre, el que me has dado, para que ellos sean una cosa como lo somos nosotros.” “Mas no ruego solamente
por éstos, sino también por los que creen en mí por la palabra de ellos. Para que todos sean una cosa.... Yo en ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; y que el mundo conozca que
tú me enviaste, y que los has amado, como también a mí me has [21] amado.” Juan 17:10, 11, 20-23 (VHA)
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