04 de febrero de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 7
Una amonestación contra la hipocresía

Pero Dios odia la hipocresía y la falsedad. Ananías y Safira practicaron el fraude en su trato con Dios; mintieron al Espíritu Santo, y su pecado fué castigado con un juicio rápido y terrible. Cuando Ananías vino con su ofrenda, Pedro le dijo: “Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo, y defraudases del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu potestad? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.”

“Entonces Ananías, oyendo estas palabras, cayó y espiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron.”

“Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti?” preguntó Pedro. No se había ejercido ninguna influencia indebida en Ananías para compelerle a sacrificar sus posesiones para el bien general. El había procedido por su propia elección. Pero al tratar de engañar a los discípulos, había mentido al Altísimo.

“Y pasado espacio como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido. Entonces Pedro le dijo: Dime: ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto. Y Pedro le dijo: ¿Por qué os concertasteis para tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán. Y luego cayó a los pies de él, y espiró: y entrados los mancebos, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido. Y vino un gran temor en toda la iglesia, y en todos los que oyeron estas cosas.” 

La sabiduría infinita vió que esta manifestación señalada de la ira de Dios era necesaria para impedir que la joven iglesia se desmoralizara. El número de sus miembros aumentaba rápidamente. La iglesia se vería en peligro si, en el rápido aumento de conversos, se añadían hombres y mujeres que, mientras profesaban servir a Dios, adoraban a Mammón. Este castigo testificó que los hombres no pueden engañar a Dios, que él descubre el pecado oculto del corazón, y que no puede ser burlado. Estaba destinado a ser para la iglesia una advertencia que la indujese a evitar la falsedad y la hipocresía, y a precaverse contra el robar a Dios. 

Este ejemplo del aborrecimiento de Dios por la codicia, el fraude y la hipocresía, no fué dado como señal de peligro solamente para la iglesia primitiva, sino para todas las generaciones futuras. Era codicia lo que Ananías y Safira habían acariciado primeramente. El deseo de retener para sí mismos una parte de lo que habían prometido al Señor, los llevó al fraude y la hipocresía. 

Dios ha dispuesto que la proclamación del Evangelio dependa de las labores y dádivas de su pueblo. Las ofrendas voluntarias y el diezmo constituyen los ingresos de la obra del Señor. De los medios confiados al hombre, Dios reclama cierta porción: la décima parte. Los deja libres a todos de decir si han de dar o no más que esto. Pero cuando el corazón se conmueve por la influencia del Espíritu Santo, y se hace un voto de dar cierta cantidad, el que ha hecho el voto no tiene ya ningún derecho a la porción consagrada. Las promesas de esta clase hechas a los hombres serían consideradas como obligación; ¿y no son más obligatorias las que se hacen a Dios? ¿Son las promesas consideradas en el tribunal de la conciencia menos obligatorias que los acuerdos escritos de los hombres?

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