05 de febrero de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 7
Una amonestación contra la hipocresía

Cuando la luz divina brilla en el corazón con inusitada claridad y poder, el egoísmo habitual afloja su asidero, y hay disposición para dar a la causa de Dios. Pero nadie piense que podrá cumplir sus promesas hechas entonces, sin una protesta de Satanás. A él no le agrada ver edificarse el reino del Redentor en la tierra. El sugiere que la promesa hecha es demasiado grande, que puede malograr los esfuerzos por adquirir propiedades o complacer los deseos de la familia. 

Es Dios quien bendice a los hombres con propiedades, y lo hace a fin de que puedan dar para el avance de su causa. El envía la luz del sol y la lluvia. El hace crecer la vegetación. El da la salud y la habilidad de adquirir medios. Todas nuestras bendiciones proceden de su generosa mano. A su vez, quiere que los hombres y mujeres manifiesten su gratitud devolviéndole una parte como diezmos y ofrendas, ofrendas de agradecimiento, ofrendas voluntarias, ofrendas por la culpa. Si los medios afluyeran a la tesorería de acuerdo con este plan divinamente señalado, a saber, la décima parte de todos los ingresos, y ofrendas liberales, habría abundancia para el adelantamiento de la obra del Señor.

Pero el corazón de los hombres se endurece por el egoísmo, y, como Ananías y Safira, son tentados a retener parte del precio, mientras pretenden cumplir los requerimientos de Dios. Muchos gastan dinero pródigamente en la complacencia propia. Los hombres y mujeres consultan su deseo y satisfacen su gusto, mientras traen a Dios, casi contra su voluntad, una ofrenda mezquina. Olvidan que un día Dios demandará estricta cuenta de la manera en que se han usado sus bienes, y que la pitanza que entregan a la tesorería no será más aceptable que la ofrenda de Ananías y Safira. 

Del severo castigo impuesto a estos perjuros, Dios quiere que aprendamos también cuán profundo es su aborrecimiento y desprecio de toda hipocresía y engaño. Al pretender que lo habían dado todo Ananías y Safira mintieron al Espíritu Santo, y como resultado, perdieron esta vida y la venidera. El mismo Dios que los castigó condena hoy toda mentira. Los labios mentirosos le son abominación. Declara que en la santa ciudad “no entrará ... ninguna cosa sucia, o que hace abominación y mentira.” Apocalipsis 21:27. Aferrémonos a la veracidad con mano firme, y sea ella parte de nuestra vida. Practicar el disimulo y jugar al tira y afloja con la verdad, para acomodar los planes egoístas de uno, significa provocar el naufragio de la fe. “Estad pues firmes, ceñidos vuestros lomos de verdad.” Efesios 6:14. El que declara falsedades, vende su alma a bajo precio. Sus mentiras pueden parecerle útiles en casos de apuro; de esta manera le parecerá que adelanta en sus negocios como no podría hacerlo mediante un proceder correcto, pero llega finalmente al punto en que no puede confiar en nadie. Al ser él mismo un falsario, no tiene confianza en la palabra de otros.

En el caso de Ananías y Safira, el pecado del fraude contra Dios fué castigado inmediatamente. El mismo pecado se repitió a menudo en la historia ulterior de la iglesia, y muchos lo cometen en nuestro tiempo. Pero aunque no sea acompañado de una manifestación visible del desagrado de Dios, no es menos horrible a su vista ahora que en el tiempo de los apóstoles. La amonestación se ha dado; Dios ha manifestado claramente su aborrecimiento por este pecado; y todos los que se entregan a la hipocresía y a la codicia pueden estar seguros de que están destruyendo sus propias almas.

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