20 de enero de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 5 
El don del Espíritu 

Cuando Cristo dió a sus discípulos la promesa del Espíritu, se estaba acercando al fin de su ministerio terrenal. Estaba a la sombra de la cruz, con una comprensión plena de la carga de culpa que estaba por descansar sobre él como portador del pecado. Antes de ofrecerse a sí mismo como víctima destinada al sacrificio, instruyó a sus discípulos en cuanto a la dádiva más esencial y completa que iba a conceder a sus seguidores: el don que iba a poner al alcance de ellos los recursos inagotables de su gracia. “Y yo rogaré al Padre—dijo él,—y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce: mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros.” Juan 14:16, 17. El Salvador estaba señalando adelante al tiempo cuando el Espíritu Santo vendría para realizar una obra poderosa como su representante. El mal que se había estado acumulando durante siglos, habría de ser resistido por el divino poder del Espíritu Santo. 

¿Cuál fué el resultado del derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés? Las alegres nuevas de un Salvador resucitado fueron llevadas a las más alejadas partes del mundo habitado. Mientras los discípulos proclamaban el mensaje de la gracia redentora, los corazones se entregaban al poder de su mensaje. La iglesia veía afluir a ella conversos de todas direcciones. Los apóstatas se reconvertían. Los pecadores se unían con los creyentes en busca de la perla de gran precio. Algunos de los que habían sido los más enconados oponentes del Evangelio, llegaron a ser sus campeones. Se cumplió la profecía: “El que entre ellos fuere flaco,... será como David: y la casa de David ... como el ángel de Jehová.” Zacarías 12:8. Cada cristiano veía en su hermano una revelación del amor y la benevolencia divinos. Un solo interés prevalecía, un solo objeto de emulación hacía olvidar todos los demás. La ambición de los creyentes era revelar la semejanza del carácter de Cristo, y trabajar para el engrandecimiento de su reino. 

“Y los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran esfuerzo; y gran gracia era en todos ellos.” Hechos 4:33. Gracias a estas labores fueron añadidos a la iglesia hombres escogidos que, al recibir la palabra de verdad, consagraron sus vidas al trabajo de dar a otros la esperanza que llenaba sus corazones de paz y gozo. No podían ser refrenados ni intimidados por amenazas. El Señor hablaba por su medio, y mientras iban de un lugar a otro, predicaban el Evangelio a los pobres, y se efectuaban milagros de la gracia divina.

Tal es el poder con que Dios puede obrar cuando los hombres se entregan al dominio de su Espíritu.

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