06 de febrero de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 8
Ante el Sanedrín

Fué la cruz, instrumento de vergüenza y tortura, la que trajo esperanza y salvación al mundo. Los discípulos no eran sino hombres humildes, sin riquezas, y sin otra arma que la palabra de Dios; sin embargo en la fuerza de Cristo salieron para contar la maravillosa historia del pesebre y la cruz y triunfar sobre toda oposición. Aunque sin honor ni reconocimiento terrenales, eran héroes de la fe. De sus labios salían palabras de elocuencia divina que hacían temblar al mundo.

En Jerusalén, donde dominaban los más arraigados prejuicios y las más confusas ideas acerca de Aquel que fuera crucificado como malhechor, los discípulos predicaban valientemente las palabras de vida y exponían a los judíos la obra y la misión de Cristo, su crucifixión, resurrección y ascensión. Los sacerdotes y magistrados se admiraban del claro e intrépido testimonio de los apóstoles. El poder del Salvador resucitado investía a los discípulos, cuya obra era acompañada de señales y milagros que diariamente acrecentaban el número de creyentes. A lo largo de las calles por donde pasaban los discípulos, el pueblo colocaba a sus enfermos “en camas y en lechos, para que viniendo Pedro, a lo menos su sombra tocase a alguno de ellos.” También eran traídos los afligidos por espíritus inmundos. Las multitudes acudían a los discípulos y los sanados proclamaban las alabanzas de Dios y glorificaban el nombre del Redentor. 

Los sacerdotes y gobernantes veían que Cristo era más ensalzado que ellos. Como los saduceos no creían en la resurrección, se encolerizaban al oír a los discípulos afirmar que Cristo había resucitado de entre los muertos, pues comprendían que si se dejaba a los apóstoles predicar a un Salvador resucitado y obrar milagros en su nombre, todos rechazarían la doctrina de que no habrá resurrección y pronto se extinguiría la secta de los saduceos. Por su parte, los fariseos se enojaban al notar que las enseñanzas de los discípulos propendían a eliminar las ceremonias judaicas e invalidar los sacrificios. 

Vanos fueron todos los esfuerzos hechos hasta entonces para suprimir la nueva doctrina; pero los saduceos y fariseos resolvieron conjuntamente hacer cesar la obra de los discípulos, pues demostraban su culpabilidad en la muerte de Jesús. Poseídos de indignación, los sacerdotes echaron violentamente mano a Pedro y Juan y los pusieron en la cárcel pública. 

Los dirigentes de la nación judía manifiestamente no cumplían el propósito de Dios para con su pueblo escogido. Aquellos a quienes Dios había hecho los depositarios de la verdad se mostraron indignos de su cometido, y Dios escogió a otros para que hicieran su obra. En su ceguera, dichos dirigentes dieron ahora rienda suelta a lo que llamaban justa indignación contra los que rechazaban sus doctrinas favoritas. Ni siquiera admitían la posibilidad de que ellos mismos no entendieran correctamente la Palabra, o que hubieran interpretado o aplicado mal las Escrituras. Actuaron como hombres que hubiesen perdido la razón. Decían: ¿Qué derecho tienen esos maestros, algunos de los cuales son simples pescadores, de presentar ideas contrarias a las doctrinas que hemos enseñado al pueblo? Estando resueltos a suprimirlas, encarcelaron a los que las predicaban. 

No se intimidaron ni se abatieron los discípulos por semejante trato. El Espíritu Santo les recordó las palabras de Cristo: “No es el siervo mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán: si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.” “Os echarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os matare, pensará que hace servicio a Dios.” “Mas os he dicho esto, para que cuando aquella hora viniere, os acordéis de que yo os lo había dicho.” Juan 15:20, 21; 16:2, 4

El Dios del cielo, el poderoso Gobernador del universo, tomó por su cuenta el asunto del encarcelamiento de los discípulos, porque los hombres guerreaban contra su obra. Por la noche, el ángel del Señor abrió las puertas de la cárcel y dijo a los discípulos: “Id, y estando en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida.”

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