27 de enero de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 6
A la puerta del templo 

Los discípulos de Cristo tenían un profundo sentimiento de su propia falta de eficiencia, y con humillación y oración unían su debilidad a la fuerza de Cristo, su ignorancia a la sabiduría de él, su indignidad a la justicia de él, su pobreza a la inagotable riqueza de él. Fortalecidos y equipados así, no vacilaron en avanzar en el servicio del Señor.

Poco tiempo después del descenso del Espíritu Santo, e inmediatamente después de una temporada de fervorosa oración, Pedro y Juan subieron al templo para adorar, y vieron en la puerta la Hermosa un cojo de cuarenta años de edad, que desde su nacimiento había estado afligido por el dolor y la enfermedad. Este desdichado había deseado durante largo tiempo ver a Jesús para que lo curase; pero estaba impedido y muy alejado del escenario en donde operaba el gran Médico. Sus ruegos movieron por fin a algunos amigos a llevarlo a la puerta del templo, y al llegar allí supo que Aquel en quien había puesto sus esperanzas había sido muerto cruelmente.

Su desconsuelo excitó las simpatías de quienes sabían cuán anhelosamente había esperado que Jesús lo curase, y diariamente lo llevaban al templo con el objeto de que los transeúntes le diesen una limosna para aliviar sus necesidades. Al entrar Pedro y Juan, les pidió una limosna. Los discípulos lo miraron compasivamente, y Pedro le dijo: “Mira a nosotros. Entonces él estuvo atento a ellos, esperando recibir de ellos algo. Y Pedro dijo: Ni tengo plata ni oro.” Al manifestar así Pedro su pobreza, decayó el semblante del cojo; pero se iluminó de esperanza cuando el apóstol prosiguió diciendo: “Mas lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.

“Y tomándole por la mano derecha le levantó: y luego fueron afirmados sus pies y tobillos. Y saltando, se puso en pie y anduvo: y entró con ellos en el templo, andando y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vió andar y alabar a Dios. Y conocían que él era el que se sentaba a la limosna a la puerta del templo, la Hermosa: y fueron llenos de asombro y de espanto por lo que le había acontecido.”

“Y teniendo a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo concurrió a ellos, al pórtico que se llama de Salomón, atónitos.” Se asombraban de que los discípulos pudiesen obrar milagros análogos a los que había obrado Jesús. Sin embargo, allí estaba aquel hombre, cojo e impedido durante cuarenta años, ahora con pleno uso de sus miembros, libre de dolor y dichoso de creer en Jesús.

Cuando los discípulos vieron el asombro del pueblo, Pedro preguntó: “¿Por qué os maravilláis de esto? o ¿por qué ponéis los ojos en nosotros, como si con nuestra virtud o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” Les aseguró que la curación se había efectuado en el nombre y por los méritos de Jesús de Nazaret, a quien Dios había resucitado de entre los muertos. Declaró el apóstol: “Y en la fe de su nombre, a éste que vosotros veis y conocéis, ha confirmado su nombre; y la fe que por él es, ha dado a éste completa sanidad en presencia de todos vosotros.”

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