01 de abril de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 19
Judíos y Gentiles 

Esta cuestión se discutió calurosamente en la asamblea. Intimamente relacionados con el asunto de la circuncisión, había varios otros que demandaban cuidadoso estudio. Uno era el problema de la actitud que debía adoptarse hacia el uso de alimentos ofrecidos a los ídolos. Muchos de los conversos gentiles vivían entre gentes ignorantes y supersticiosas, que hacían frecuentes sacrificios y ofrendas a los ídolos. Los sacerdotes de este culto pagano realizaban un extenso comercio con las ofrendas que se les llevaban; y los judíos temían que los conversos gentiles deshonraran el cristianismo comprando lo que había sido ofrecido a los ídolos, y sancionaran así, en cierta medida, las costumbres idólatras. 

Además, los gentiles estaban acostumbrados a comer la carne de animales estrangulados, mientras que a los judíos se les había enseñado divinamente que cuando se mataban bestias para el consumo, se debía ejercer un cuidado particular de que se desangrara bien el cuerpo; de otra manera, la carne no se consideraría saludable. Dios había ordenado esto a los judíos para la conservación de su salud. Los judíos consideraban pecaminoso usar sangre como alimento. Sostenían que la sangre era la vida, y que el derramamiento de la sangre era consecuencia del pecado. 

Los gentiles, por el contrario, acostumbraban recoger la sangre de las víctimas de los sacrificios, y usarla en la preparación de alimentos. Los judíos no creían que debieran cambiar las costumbres que habían adoptado bajo la dirección especial de Dios. Por lo tanto, como estaban entonces las cosas, si un judío y un gentil intentaran comer a la misma mesa, el primero sería ofendido y escandalizado por el último. 

Los gentiles, y especialmente los griegos, eran extremadamente licenciosos, y había peligro de que algunos, de corazón inconverso, profesaran la fe sin renunciar a sus malas prácticas. Los cristianos judíos no podían tolerar la inmoralidad que no era considerada criminal por los paganos. Los judíos, por lo tanto, consideraban muy conveniente que se impusiesen a los conversos gentiles la circuncisión y la observancia de la ley ceremonial, como prueba de su sinceridad y devoción. Creían que esto impediría que se añadieran a la iglesia personas que, adoptando la fe sin la verdadera conversión del corazón, pudieran después deshonrar la causa por la inmoralidad y los excesos. 

Los diversos puntos envueltos en el arreglo del principal asunto en disputa parecían presentar ante el concilio dificultades insuperables. Pero en realidad el Espíritu Santo había resuelto ya este asunto, de cuya decisión parecía depender la prosperidad, si no la existencia misma, de la iglesia cristiana. 

“Habiendo habido grande contienda, levantándose Pedro, les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis como ya hace algún tiempo que Dios escogió que los Gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio, y creyesen.” Arguyó que el Espíritu Santo había decidido el asunto en disputa descendiendo con igual poder sobre los incircuncisos gentiles y los circuncisos judíos. Relató de nuevo su visión, en la cual Dios le había presentado un lienzo lleno de toda clase de cuadrúpedos, y le había ordenado que matara y comiese. Cuando rehusó hacerlo, afirmando que nunca había comido nada común o inmundo, se le había contestado: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común.” Hechos 10:15.

Pedro relató la sencilla interpretación de estas palabras, que se le dió casi inmediatamente en la intimación a ir al centurión e instruirlo en la fe de Cristo. Este mensaje probaba que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta y reconoce a todos los que le temen. Pedro refirió su asombro cuando, al hablar las palabras de verdad a esa asamblea reunida en la casa de Cornelio, fué testigo de que el Espíritu Santo tomó posesión de sus oyentes, tanto gentiles como judíos. La misma luz y gloria que se reflejó en los circuncisos judíos brilló también en los rostros de los incircuncisos gentiles. Con esto Dios advertía a Pedro que no considerase a unos inferiores a otros; porque la sangre de Cristo podía limpiar de toda inmundicia. 

En una ocasión anterior, Pedro había razonado con sus hermanos concerniente a la conversión de Cornelio y sus amigos, y a su trato con ellos. Cuando relató en aquella ocasión cómo el Espíritu Santo descendió sobre los gentiles, declaró: “Así que, si Dios les dió el mismo don también como a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?” Hechos 11:17. Ahora, con igual fervor y fuerza, dijo: “Dios, que conoce los corazones, les dió testimonio, dándoles el Espíritu Santo también como a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando con la fe sus corazones. Ahora pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos yugo, que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?” Este yugo no era la ley de los diez mandamientos, como aseveran algunos que se oponen a la vigencia de la ley; Pedro se refería a la ley de las ceremonias, que fué anulada e invalidada por la crucifixión de Cristo. 

El discurso de Pedro dispuso a la asamblea para escuchar con paciencia a Pablo y Bernabé, quienes relataron lo que habían experimentado al trabajar por los gentiles. “Toda la multitud calló, y oyeron a Bernabé y a Pablo, que contaban cuán grandes maravillas y señales Dios había hecho por ellos entre los Gentiles.” 

Santiago también dió testimonio con decisión, declarando que era el propósito de Dios conceder a los gentiles los mismos privilegios y bendiciones que se habían otorgado a los judíos.

Comentarios