10 de mayo de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 27
Efeso

El Autor de esta vida espiritual es invisible, y el método exacto por el cual se imparte y sostiene esta vida está más allá de la facultad explicativa de la filosofía humana. Sin embargo, las operaciones del Espíritu están siempre en armonía con la Palabra escrita. Lo que sucede en el mundo natural, pasa también en el espiritual. La vida natural es conservada momento tras momento por un poder divino; sin embargo, no es sostenida por un milagro directo, sino por el uso de las bendiciones puestas a nuestro alcance. Así la vida espiritual es sostenida por el uso de los medios que la Providencia ha provisto. Para que el seguidor de Cristo crezca hasta convertirse en “un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13), debe comer del pan de vida y beber del agua de la salvación. Debe velar, orar y trabajar, y prestar atención en todas las cosas a las instrucciones de Dios consignadas en su Palabra. 

La experiencia de esos conversos judíos tiene todavía otra lección para nosotros. Cuando fueron bautizados por Juan, no comprendieron bien la misión de Jesús como expiador de los pecados. Seguían creyendo graves errores, pero cuando recibieron mayor conocimiento, aceptaron alegremente a Cristo como su Redentor; y al dar este paso hacia adelante, cambiaron sus obligaciones. Cuando recibieron una fe más pura, hubo un cambio correspondiente en su vida. Como señal de este cambio, y como reconocimiento de su fe en Cristo, fueron bautizados de nuevo, en el nombre de Jesús. 

Según su costumbre, Pablo había comenzado su trabajo en Efeso predicando en la sinagoga de los judíos. Continuó trabajando allí por tres meses, “disputando y persuadiendo del reino de Dios.” Al principio fué recibido favorablemente; pero como en otros países, pronto fué combatido violentamente. “Algunos se endurecieron y rehusaron creer, hablando mal del Camino delante de la multitud.” (V.M.) Como persistían en rechazar el Evangelio, el apóstol dejó de predicar en la sinagoga. 

El Espíritu de Dios había obrado con Pablo y por medio de él en sus labores por sus compatriotas. Se había presentado suficiente evidencia para convencer a todo aquel que deseara sinceramente conocer la verdad. Pero muchos se dejaron dominar por el prejuicio y la incredulidad, y rehusaron ceder a la evidencia más concluyente. Temiendo que la fe de los creyentes peligrase por el trato continuo de estos opositores de la verdad, Pablo se separó de ellos y reunió a los discípulos en una entidad distinta, continuando sus instrucciones públicas en la escuela de Tirano, un maestro de cierta distinción. 

Pablo vió que se estaba abriendo delante de él una “puerta grande y eficaz,” aunque eran muchos “los adversarios.” 1 Corintios 16:9. Efeso era no solamente la más magnífica, sino la más corrupta de las ciudades de Asia. La superstición y los placeres sensuales dominaban en su abundante población. Bajo la sombra de sus templos se amparaban criminales de todas las clases, y florecían las vicios más degradantes. 

Efeso era un centro popular del culto de Diana. La fama del magnífico templo de “Diana de los Efesios” se extendía por toda Asia y el mundo. Su sobresaliente esplendor era el orgullo, no solamente de la ciudad, sino de la nación. El ídolo que estaba en el templo había caído del cielo, según la tradición. En él estaban escritos caracteres simbólicos, que se creía poseían gran poder. Los efesios habían escrito libros para explicar el significado y uso de estos símbolos. 

Entre los que habían estudiado detenidamente estos costosos libros, había muchos magos, que ejercían una influencia poderosa sobre los supersticiosos adoradores de la imagen que estaba en el templo. 

Al apóstol Pablo, en sus trabajos en Efeso, se le dieron señales especiales del favor divino. El poder de Dios acompañaba sus esfuerzos, y muchos eran sanados de enfermedades físicas. “Hacía Dios singulares maravillas por manos de Pablo: de tal manera que aun se llevaban sobre los enfermos los sudarios y los pañuelos de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los malos espíritus salían de ellos.” Estas manifestaciones de poder sobrenatural eran mayores que todas las que se habían visto alguna vez en Efeso, y eran de tal carácter que no podían ser imitadas por la habilidad de los prestidigitadores o los encantamientos de los hechiceros. Como estos milagros eran hechos en el nombre de Jesús de Nazaret, el pueblo tenía oportunidad de ver que el Dios del cielo era más poderoso que los magos que adoraban a la diosa Diana. Así exaltaba el Señor a su siervo, aun delante de los idólatras mismos, inmensurablemente por encima del más poderoso y favorecido de los magos. 

Pero Aquel a quien están sujetos todos los espíritus del mal; quien había dado a su siervo autoridad sobre ellos, había de avergonzar y derrotar aun más a aquellos que despreciaban y profanaban su santo nombre. La hechicería había sido prohibida por la ley de Moisés, bajo pena de muerte; sin embargo, de tiempo en tiempo había sido practicada secretamente por judíos apóstatas. En el tiempo de la visita de Pablo a Efeso, había en la ciudad “algunos de los Judíos, exorcistas vagabundos,” quienes, al ver las maravillosas obras hechas por él, “tentaron a invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos.” Fué hecha una prueba por “siete hijos de un tal Sceva, Judío, príncipe de los sacerdotes.” Al hallar a un hombre poseído por un demonio, le dijeron: “Os conjuro por Jesús, el que Pablo predica.” Pero “respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo: mas vosotros ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando en ellos, y enseñoreándose de ellos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos.”

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