25 de abril de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 24
Corinto
Corinto
Aunque Pablo tuvo cierto grado de éxito en Corinto, la impiedad que veía y oía en esa corrupta ciudad casi lo descorazonaba. La depravación que presenciaba entre los gentiles, y el desprecio e insulto de los judíos, le causaban gran angustia de espíritu. Dudaba de la prudencia de tratar de edificar una iglesia con el material que encontraba allí.
Y mientras estaba haciendo planes de dejar la ciudad para ir a un campo más promisorio, y tratando fervientemente de entender su deber, el Señor se le apareció en una visión y le dijo: “No temas, sino habla, y no calles: porque yo estoy contigo, y ninguno te podrá hacer mal; porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad.” Pablo entendió que esto era una orden de permanecer en Corinto y una garantía de que el Señor haría crecer la semilla sembrada. Fortalecido y animado, continuó trabajando allí con celo y perseverancia.
Los esfuerzos del apóstol no se limitaban a la predicación pública; había muchos que no podrían ser alcanzados de esa manera. Pasaba mucho tiempo en el trabajo de casa en casa, aprovechando el trato del círculo familiar. Visitaba a los enfermos y tristes, consolaba a los afligidos y animaba a los oprimidos. En todo lo que decía y hacía, magnificaba el nombre de Jesús. Así trabajaba “con flaqueza, y mucho temor y temblor.” 1 Corintios 2:3. Temblaba de temor de que su enseñanza llevara el sello humano en lugar del divino.
“Hablamos sabiduría entre perfectos—declaró más tarde Pablo;—y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que se deshacen; mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria: la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció: porque si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria: antes, como está escrito: Cosas que ojo no vió, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que le aman. Empero Dios nos lo reveló a nosotros por el Espíritu: porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.
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