15 de abril de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 23
Berea y Atenas
Berea y Atenas
Los judíos incrédulos de Tesalónica, llenos de celo y odio hacia los apóstoles, y no conformes con haberlos ahuyentado de su ciudad, los siguieron a Berea y despertaron contra ellos las pasiones excitables de la clase inferior. Temiendo que se hiciese violencia a Pablo si permanecía allí, los hermanos le enviaron a Atenas, acompañado por algunos de los bereanos que acababan de aceptar la fe.
De ciudad en ciudad sufrían persecución los maestros de la verdad. Los enemigos de Cristo no podían impedir el progreso del Evangelio; pero sí, lograban dificultar extraordinariamente la obra de los apóstoles. Con todo, frente a la oposición y a los conflictos, Pablo avanzaba firmemente, determinado a realizar el propósito de Dios como se le había revelado en la visión de Jerusalén: “Ve, porque yo te tengo que enviar lejos a los Gentiles.” Hechos 22:21.
La apresurada partida de Pablo de Berea le privó de la oportunidad que pensaba tener de visitar a los hermanos de Tesalónica.
Al llegar a Atenas, el apóstol envió de vuelta a algunos de los hermanos bereanos para que les dijeran a Silas y Timoteo que se reuniesen con él inmediatamente. Timoteo había ido a Berea antes que Pablo partiera, y había quedado con Silas para continuar la obra tan bien comenzada allí, y para instruir a los nuevos conversos en los principios de la fe.
La ciudad de Atenas era la metrópoli del paganismo. Allí Pablo no se encontró con un populacho ignorante y crédulo como en Listra, sino con gente famosa por su inteligencia y cultura. Por doquiera se veían estatuas de sus dioses y de los héroes deificados de la historia y la poesía, mientras magníficas esculturas y pinturas representaban la gloria nacional y el culto popular de las deidades paganas. Los sentidos de la gente se extasiaban con la belleza y el esplendor del arte. Por doquiera los santuarios y templos, que representaban gastos incalculables, levantaban sus macizas formas. Las victorias de las armas y los hechos de hombres célebres eran conmemorados mediante esculturas, altares e inscripciones. Todo esto convertía a Atenas en una vasta galería de arte.
Cuando Pablo vió la hermosura y grandeza que lo rodeaban, y la ciudad enteramente entregada a la idolatría, su espíritu se llenó de celo por Dios, a quien veía deshonrado por todas partes; y su corazón se llenó de compasión por la gente de Atenas, que, no obstante su cultura intelectual, no conocía al Dios verdadero.
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