30 de abril de 219
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 25
Las cartas de los Tesalonicenses
Las cartas de los Tesalonicenses
Difícilmente podemos apreciar la esperanza y el gozo que esta seguridad proporcionó a la joven iglesia de Tesalónica. Ellos creyeron y atesoraron la carta que les envió su padre en el Evangelio, y sus corazones se llenaron de amor a él. El les había dicho estas cosas antes; pero en aquel entonces sus mentes estaban tratando de asimilar doctrinas que les parecían nuevas y extrañas; y no es sorprendente que la fuerza de algunos puntos no se había impresionado vívidamente en su espíritu. Pero tenían hambre de la verdad, y la epístola de Pablo les dió nueva esperanza y fuerza, y una fe más firme en Aquel cuya muerte había sacado a luz la vida y la inmortalidad, y les dió un afecto más profundo por él.
Ahora se regocijaban en el conocimiento de que sus amados amigos se levantarían de la tumba, para vivir para siempre en el reino de Dios. Las tinieblas que habían envuelto el lugar de descanso de los muertos se disiparon. Un nuevo esplendor coronó la fe cristiana, y vieron una nueva gloria en la vida, la muerte y la resurrección de Cristo.
“También traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús,” escribió Pablo. Muchos interpretan este pasaje como si significara que los que duermen serán traídos con Cristo desde el cielo, pero según Pablo, como Cristo se levantó de los muertos, así Dios traerá de sus tumbas a los santos que durmieron, y los llevará con él al cielo. ¡Qué precioso consuelo! ¡Qué gloriosa esperanza! no sólo para la iglesia de Tesalónica, sino para todos los cristianos dondequiera que estén.
Mientras Pablo trabajaba en Tesalónica, había explicado tan plenamente el asunto de las señales de los tiempos, mostrando qué acontecimientos iban a suceder antes de la manifestación del Hijo del hombre en las nubes del cielo, que no consideró necesario escribirles largamente en cuanto a este asunto. Se refirió, sin embargo, enfáticamente a sus enseñanzas anteriores. “Acerca de los tiempos y los momentos—dijo,—no tenéis, hermanos, necesidad de que yo os escriba: porque vosotros sabéis bien, que el día del Señor vendrá así como ladrón de noche, que cuando dirán, Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción de repente.”
Son muchos hoy en el mundo los que cierran los ojos a las evidencias que Cristo dió para advertir a los hombres de su advenimiento. Tratan de aquietar toda aprensión, mientras las señales del fin se cumplen rápidamente, y el mundo se precipita hacia el tiempo cuando el Hijo del hombre se manifestará en las nubes del cielo. Pablo enseña que es pecaminoso ser indiferente para con las señales que han de preceder a la segunda venida de Cristo. A los culpables de este descuido, los llama hijos de la noche y de las tinieblas. Anima a los vigilantes y despiertos con estas palabras: “Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sobrecoja como ladrón; porque todos vosotros sois hijos de luz, e hijos del día; no somos de la noche, ni de las tinieblas. Por tanto, no durmanos como los demás; antes velemos y seamos sobrios.”
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