18 de abril de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 23
Berea y Atenas
Berea y Atenas
Pablo dirigió la mente de sus idólatras oyentes más allá de los límites de su falsa religión a un verdadero concepto de la Deidad, que habían titulado: “Dios no conocido.” Este Ser, a quien ahora les declaraba, no dependía del hombre, ni necesitaba que las manos humanas añadiesen nada a su poder y gloria. La gente se llenó de admiración por el fervor de Pablo y su lógica exposición de los atributos del Dios verdadero: su poder creador y la existencia de su providencia predominante. Con ardiente y férvida elocuencia, el apóstol declaró: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, éste, como sea Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos de manos, ni es honrado con manos de hombres, necesitado de algo; pues él da a todos vida, y respiración, y todas las cosas.” Los cielos no eran bastante grandes para contener a Dios, cuánto menos los templos hechos por manos humanas.
En aquella época de castas, cuando a menudo no se reconocían los derechos de los hombres, Pablo presentó la gran verdad de la fraternidad humana, declarando que Dios “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra.” A la vista de Dios, todos son iguales. Cada ser humano debe suprema lealtad al Creador. Luego el apóstol mostró cómo, a través de todo el trato de Dios con el hombre, su propósito de misericordia y gracia corre como un hilo de oro. El “les ha prefijado el orden de los tiempos, y los términos de la habitación de ellos; para que buscasen a Dios, si en alguna manera, palpando, le hallen; aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros.”
Señalando a los nobles exponentes de la humanidad que le rodeaban, con palabras tomadas de un poeta suyo pintó al Dios infinito como a un Padre cuyos hijos eran. “En él vivimos, y nos movemos, y somos—declaró;—como también algunos de vuestros poetas dijeron: Porque linaje de éste somos también, Siendo pues linaje de Dios, no hemos de estimar la Divinidad ser semejante a oro, o a plata, o a piedra, escultura de artificio o de imaginación de hombres.
“Empero Dios, habiendo disimulado los tiempos de esta ignorancia, ahora denuncia a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan.” En los siglos de obscuridad que habían precedido al advenimiento de Cristo, el Gobernante divino había pasado por alto la idolatría de los paganos; pero ahora, mediante su Hijo, había enviado a los hombres la luz de la verdad; y esperaba que todos se arrepintieran para salvación, no solamente los pobres y humildes, sino también los orgullosos filósofos y príncipes de la tierra. “Por cuanto ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel varón al cual determinó; dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.” Al hablar Pablo de la resurrección de los muertos, “unos se burlaban, y otros decían: Te oiremos acerca de esto otra vez.”
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