07 de abril de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 21
En las regiones lejanas 

Había llegado el tiempo para que el Evangelio se predicase más allá de los confines del Asia Menor. Se estaba preparando el camino para que Pablo y sus colaboradores penetrasen en Europa. En Troas, en las márgenes del mar Mediterráneo, “fué mostrada a Pablo de noche una visión: Un varón Macedonio se puso delante, rogándole, y diciendo: Pasa a Macedonia, y ayúdanos.” 

El llamamiento era imperativo y no admitía dilación. “Y como vió la visión—declara Lucas, que acompañó a Pablo y Silas y Timoteo en el viaje a Europa,—luego procuramos partir a Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio. Partidos pues de Troas, vinimos camino derecho a Samotracia, y el día siguiente a Neápolis; y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la parte de Macedonia, y una colonia.” 

“Y un día de sábado—continúa Lucas—salimos de la puerta junto al río, donde solía ser la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían juntado. Entonces una mujer llamada Lidia, que vendía púrpura en la ciudad de Tiatira, temerosa de Dios, estaba oyendo; el corazón de la cual abrió el Señor.” Lidia recibió alegremente la verdad. Ella y su familia se convirtieron y bautizaron, y rogó a los apóstoles que se hospedaran en su casa. 

Cuando los mensajeros de la cruz salieron a enseñar, una mujer poseída de un espíritu pitónico los siguió gritando: “Estos hombres son siervos del Dios Alto, los cuales os anuncian el camino de salud. Y esto hacía por muchos días.” 

Esta mujer era un agente especial de Satanás, y había dado mucha ganancia a sus amos adivinando. Su influencia había ayudado a fortalecer la idolatría. Satanás sabía que se estaba invadiendo su reino, y recurrió a este medio de oponerse a la obra de Dios, esperando mezclar su sofistería con las verdades enseñadas por aquellos que proclamaban el mensaje evangélico. Las palabras de recomendación pronunciadas por esta mujer eran un perjuicio para la causa de la verdad, pues distraían la mente de la gente de las enseñanzas de los apóstoles. Deshonraban el Evangelio; y por ellas muchos eran inducidos a creer que los hombres que hablaban con el Espíritu y poder de Dios estaban movidos por el mismo espíritu que esa emisaria de Satanás. 

Durante algún tiempo, los apóstoles soportaron esta oposición; luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, Pablo ordenó al mal espíritu que abandonase a la mujer. Su silencio inmediato testificó de que los apóstoles eran siervos de Dios, y que el demonio los había reconocido como tales y había obedecido su orden. 

Librada del mal espíritu y restaurada a su sano juicio, la mujer escogió seguir a Cristo. Entonces sus amos se alarmaron por su negocio. Vieron que toda la esperanza de recibir dinero mediante sus adivinaciones había terminado, y que su fuente de ingreso pronto desaparecería completamente si se permitía a los apóstoles continuar la obra del Evangelio. 

Muchos otros de la ciudad tenían interés en ganar dinero mediante engaños satánicos; y éstos, temiendo la influencia de un poder capaz de poner fin tan eficazmente a su trabajo, levantaron un poderoso clamor contra los siervos de Dios. Llevaron a los apóstoles ante los magistrados con la acusación: “Estos hombres, siendo Judíos, alborotan nuestra ciudad, y predican ritos, los cuales no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos Romanos.” 

Movida por un frenesí de excitación, la multitud se levantó contra los discípulos. El espíritu del populacho prevaleció, y fué sancionado por las autoridades, quienes desgarraron los vestidos exteriores de los apóstoles y ordenaron que fueran azotados. “Y después que los hubieron herido de muchos azotes, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con diligencia: el cual, recibido este mandamiento, los metió en la cárcel de más adentro; y les apretó los pies en el cepo.”

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