28 de abril de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 25
Las cartas de los Tesalonicenses
Las cartas de los Tesalonicenses
La Llegada de Silas y Timoteo desde Macedonia, durante la permanencia de Pablo en Corinto, había alegrado grandemente al apóstol. Ellos le trajeron buenas nuevas de la “fe y caridad” de aquellos que habían aceptado la verdad durante la primera visita de los mensajeros evangélicos a Tesalónica. El corazón de Pablo simpatizaba tiernamente con esos creyentes, que, en medio de la prueba y la adversidad, habían permanecido fieles a Dios. Anhelaba visitarlos en persona, pero como no podía hacerlo entonces, les escribió.
En esta carta a la iglesia de Tesalónica, el apóstol expresa su gratitud a Dios por las alegres nuevas de su aumento de fe. “Hermanos—escribió,—recibimos consolación de vosotros en toda nuestra necesidad y aflicción por causa de vuestra fe: porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor. Por lo cual, ¿qué hacimiento de gracias podremos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos gozamos a causa de vosotros delante de nuestro Dios, orando de noche y de día con grande instancia, que veamos vuestro rostro, y que cumplamos lo que falta a vuestra fe?”
“Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones; sin cesar acordándonos delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, y del trabajo de amor, y de la tolerancia de la esperanza del Señor nuestro Jesucristo.”
Muchos de los creyentes de Tesalónica se habían vuelto “de los ídolos ... al Dios vivo y verdadero.” Habían recibido “la palabra con mucha tribulación;” y sus corazones estaban llenos del “gozo del Espíritu Santo.” El apóstol declaró que por su fidelidad en seguir al Señor, eran “ejemplo a todos los que” habían “creído en Macedonia y en Acaya.” Estas palabras de alabanza no eran inmerecidas; “porque de vosotros—escribió—ha sido divulgada la palabra del Señor no sólo en Macedonia y en Acaya, mas aun en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido.”
Los creyentes tesalonicenses eran verdaderos misioneros. Sus corazones ardían de celo por el Salvador que los había librado del temor y “de la ira que ha de venir.” Por la gracia de Cristo, se había producido una maravillosa transformación en sus vidas; y la palabra del Señor, hablada por ellos, era acompañada de poder. Los corazones eran ganados por las verdades presentadas, y almas eran añadidas al número de los creyentes.
En esta primera epístola, Pablo se refirió a su manera de trabajar entre los tesalonicenses. Declaró que no había tratado de ganar conversos por medio del engaño o dolo. “Según fuimos aprobados de Dios para que se nos encargase el evangelio, así hablamos; no como los que agradan a los hombres, sino a Dios, el cual prueba nuestros corazones. Porque nunca fuimos lisonjeros en la palabra, como sabéis, ni tocados de avaricia; Dios es testigo; ni buscamos de los hombres gloria, ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo. Antes fuimos blandos entre vosotros como la que cría, que regala a sus hijos: tan amadores de vosotros, que quisiéramos entregaros no sólo el evangelio de Dios, mas aun nuestras propias almas; porque nos erais carísimos.”
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