22 de abril de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 24
Corinto
Corinto
En el pensamiento de las multitudes que viven hoy la cruz del Calvario está rodeada de sagrados recuerdos. Se relacionan con las escenas de la crucifixión sagradas asociaciones. Pero en los días de Pablo, la cruz se consideraba con sentimientos de repulsión y horror. El ensalzar como Salvador de la humanidad a uno que había muerto en la cruz provocaría naturalmente el ridículo y la oposición.
Pablo sabía bien cómo sería considerado su mensaje tanto por los judíos como por los griegos de Corinto. “Nosotros predicamos a Cristo crucificado—confesó él,—a los Judíos ciertamente tropezadero, y a los Gentiles locura.” 1 Corintios 1:23. Entre sus oyentes judíos había muchos a quienes encolerizaría el mensaje que él estaba por proclamar. Y a juicio de los griegos, sus palabras serían absurda locura. Sería considerado mentalmente débil por tratar de mostrar cómo la cruz podría tener alguna relación con la elevación del género humano o la salvación de la humanidad.
Pero para Pablo, la cruz era el único objeto de supremo interés. Desde que fuera contenido en su carrera de persecución contra los seguidores del crucificado Nazareno, no había cesado de gloriarse en la cruz. En aquel entonces se le había dado una revelación del infinito amor de Dios, según se revelaba en la muerte de Cristo; y se había producido en su vida una maravillosa transformación que había puesto todos sus planes y propósitos en armonía con el cielo. Desde aquella hora había sido un nuevo hombre en Cristo. Sabía por experiencia personal que una vez que un pecador contempla el amor del Padre, como se lo ve en el sacrificio de su Hijo, y se entrega a la influencia divina, se produce un cambio de corazón, y Cristo es desde entonces todo en todo.
En ocasión de su conversión, Pablo se llenó de un vehemente deseo de ayudar a sus semejantes a contemplar a Jesús de Nazaret como el Hijo del Dios vivo, poderoso para transformar y salvar. Desde entonces dedicó enteramente su vida al esfuerzo de pintar el amor y el poder del Crucificado. Su gran corazón simpatizaba con todas las clases sociales. “A Griegos y a bárbaros—declaraba,—a sabios y a no sabios soy deudor.” Romanos 1:14. El amor por el Señor de gloria, a quien había perseguido tan implacablemente en la persona de sus santos, era el principio propulsor de su conducta, su fuerza motriz. Si alguna vez su ardor en la senda del deber flaqueaba, una mirada a la cruz y al asombroso amor allí revelado, bastaba para inducirlo a ceñirse los lomos de su entendimiento y avanzar en la senda de la abnegación.
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