21 de abril de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 24
Corinto

Durante el primer siglo de la era cristiana, Corinto era una de las ciudades principales, no sólo de Grecia, sino del mundo. Griegos, judíos, romanos y viajeros de todos los países, llenaban las calles, empeñados afanosamente en los negocios y los placeres. Era un gran centro comercial, situado a fácil acceso de todas partes del Imperio Romano, un lugar importante donde establecer monumentos para Dios y su verdad. 

Entre los judíos que se habían establecido en Corinto, se contaban Aquila y Priscila, quienes más tarde se distinguieron como fervientes obreros de Cristo. Al reconocer el carácter de esas personas, Pablo “posó con ellos.” 

En el mismo comienzo de sus labores en este centro de tránsito, Pablo vió por doquiera serios obstáculos al progreso de su obra. La ciudad estaba casi completamente entregada a la idolatría. Venus era la deidad favorita; y con el culto de Venus se asociaban muchos ritos y ceremonias desmoralizadores. Los corintios habían llegado a destacarse, aun entre los paganos, por su grosera inmoralidad. Parecían pensar o preocuparse poco fuera de los placeres y alegrías frívolas de la hora.

Al predicar el Evangelio en Corinto, el apóstol siguió un plan diferente que en Atenas. Mientras estuvo en ese lugar, trató de adaptar su estilo al carácter de su auditorio; trató de hacer frente a la lógica con la lógica, a la ciencia con la ciencia, a la filosofía con la filosofía. Al pensar en el tiempo así usado, y darse cuenta de que su enseñanza en Atenas había producido sólo poco fruto, decidió seguir otro plan de acción en Corinto, en sus esfuerzos por cautivar la atención de los despreocupados e indiferentes. Resolvió evitar todas las discusiones y argumentos complicados, y no “saber algo” entre los corintios, “sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” Iba a predicarles, no “con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostración del Espíritu y de poder.” 1 Corintios 2:2, 4

Jesús, a quien Pablo estaba por presentar ante los griegos de Corinto como el Cristo, era un judío de humilde origen, criado en una ciudad proverbial por su iniquidad. Había sido rechazado por su propia nación, y crucificado al fin como malhechor. Los griegos creían que se necesitaba elevar al género humano; pero consideraban el estudio de la filosofía y la ciencia como el único medio capaz de lograr la verdadera elevación y honor. ¿Podría Pablo inducirlos a creer que la fe en el poder de este obscuro judío elevaría y ennoblecería toda facultad del ser humano?

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