23 de abril de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 24
Corinto

Contemplad al apóstol predicando en la sinagoga de Corinto, razonando de las escrituras de Moisés y los profetas, y conduciendo a sus oyentes al advenimiento del Mesías prometido. Escuchad mientras explica claramente la obra del Redentor como el gran sumo sacerdote de la humanidad: el que por el sacrificio de su propia vida había de expiar el pecado una vez por todas, y emprender entonces su ministerio en el santuario celestial. Se hizo entender a los oyentes de Pablo que el Mesías cuyo advenimiento habían anhelado, había venido ya; que su muerte era la realidad prefigurada por todas las ofrendas de los sacrificios, y que su ministerio en el santuario celestial era el gran objeto que arrojaba su sombra hacia atrás y aclaraba el ministerio del sacerdocio judío. 

Pablo testificó “a los Judíos que Jesús era el Cristo.” Por las Escrituras del Antiguo Testamento, mostró que de acuerdo con las profecías y la expectación universal de los judíos, el Mesías iba a ser del linaje de Abrahán y de David; entonces trazó la descendencia de Jesús desde el patriarca Abrahán a través del real salmista. Leyó el testimonio de los profetas en cuanto al carácter y la obra del Mesías prometido, y su recepción y trato en la tierra. Luego demostró que todas estas predicciones se habían cumplido en la vida, el ministerio y la muerte de Jesús de Nazaret. 

Pablo señaló que Cristo había venido a ofrecer la salvación primero a la nación que aguardaba la venida del Mesías como la consumación y gloria de su existencia nacional. Pero esa nación había rechazado a Aquel que le hubiera dado vida, y había escogido otro guía cuyo reino acabaría en la muerte. Se esforzó por presentar a sus oyentes el hecho de que sólo el arrepentimiento podía salvar a la nación de la ruina inminente. Reveló la ignorancia de ésta concerniente al significado de las Escrituras, cuya presunta plena comprensión constituía su principal jactancia y gloria. Reprendió su mundanalidad, su amor a la posición social, a los títulos, a la exhibición, y su desmedido egoísmo. 

Con el poder del Espíritu, Pablo relató la historia de su propia milagrosa conversión, y de su confianza en las Escrituras del Antiguo Testamento, que se habían cumplido tan plenamente en Jesús de Nazaret. Habló con solemne fervor, y sus oyentes no pudieron sino percibir que amaba con todo su corazón al crucificado y resucitado Salvador. Vieron que su mente se concentraba en Cristo, y que toda su vida estaba vinculada con su Señor. Tan impresionantes fueron sus palabras, que solamente aquellos que estaban llenos del más amargo odio contra la religión cristiana pudieron quedar sin conmoverse por ellas.

Comentarios