02 de mayo de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 25
Las cartas de los Tesalonicenses
Las cartas de los Tesalonicenses
El apóstol Pablo sentía que era responsable en gran medida del bienestar espiritual de aquellos que se convertían por sus labores. Deseaba que crecieran en el conocimiento del único Dios verdadero y de Jesucristo, a quien había enviado. A menudo en su ministerio se encontraba con pequeños grupos de hombres y mujeres que amaban a Jesús, y se postraba en oración con ellos para pedir a Dios que les enseñara cómo mantener una relación vital con él. A menudo se reunía en consejo con ellos para estudiar los mejores métodos de dar a otros la luz de la verdad evangélica. Y a menudo, cuando estaba separado de aquellos con quienes había trabajado así, suplicaba a Dios que los guardara del mal, y les ayudara a ser misioneros fervientes y activos.
Una de las mayores evidencias de la verdadera conversión es el amor a Dios y al hombre. Los que aceptan a Jesús como su Redentor tienen un profundo y sincero amor por otros de la misma preciosa fe. Eso pasaba con los creyentes de Tesalónica. “Mas acerca de la caridad fraterna—escribió el apóstol—no habéis menester que os escriba: porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis los unos a los otros; y también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia. Empero os rogamos, hermanos, que abundéis más; y que procuréis tener quietud, y hacer vuestros negocios, y obréis de vuestras manos de la manera que os hemos mandado; a fin de que andéis honestamente para con los extraños, y no necesitéis de nada.”
“Y a vosotros multiplique el Señor, y haga abundar el amor entre vosotros, y para con todos, como es también de nosotros para con vosotros; para que sean confirmados vuestros corazones en santidad, irreprensibles delante de Dios y nuestro Padre para la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos.”
“También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los que andan desordenadamente, que consoléis a los de poco ánimo, que soportéis a los flacos, que seáis sufridos para con todos. Mirad que ninguno dé a otro mal por mal; antes seguid lo bueno siempre los unos para con los otros, y para con todos. Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo; porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.”
El apóstol amonestó a los tesalonicenses a no despreciar el don de profecía, y con las palabras: “No apaguéis el Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno,” les ordenó que distinguieran cuidadosamente entre lo falso y lo verdadero. Les mandó que se abstuvieran de “toda especie de mal;” y termina su carta con la oración de que Dios los santifique en todo, para que su “espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os ha llamado—añadió;—el cual también lo hará.”
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