06 de abril de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 20
Pablo exalta la cruz
Pablo exalta la cruz
Habiendo visitado las iglesias de Pisidia y de la región vecina, Pablo y Silas, con Timoteo, penetraron en “Frigia y la provincia de Galacia,” donde proclamaron con gran poder las buenas nuevas de la salvación. Los Gálatas eran idólatras, pero cuando los apóstoles les predicaron, se gozaron en el mensaje que les prometía libertad de la servidumbre del pecado. Pablo y sus colaboradores proclamaron la doctrina de la justicia por la fe en el sacrificio expiatorio de Cristo. Presentaban a Cristo como Aquel que, al ver la impotente condición de la especie caída, vino a redimir a los hombres y mujeres viviendo una vida de obediencia a la ley de Dios y pagando la penalidad de la desobediencia. Y a la luz de la cruz, muchos que nunca habían conocido antes al Dios verdadero empezaron a comprender la grandeza del amor del Padre.
Así se les enseñaron a los Gálatas las verdades fundamentales concernientes a “Dios el Padre,” y a “nuestro Señor Jesucristo, el cual se dió a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo, conforme a la voluntad de Dios y Padre nuestro.” “Por el oír de la fe,” recibieron el Espíritu de Dios, y llegaron a ser “hijos de Dios por la fe en Cristo.” Gálatas 1:3, 4; 3:2, 26.
Pablo vivió de tal manera entre los Gálatas que pudo decir más tarde: “Os ruego, sed como yo.” Gálatas 4:12. Sus labios habían sido tocados con un carbón encendido del altar, y fué habilitado para sobreponerse a las debilidades corporales y presentar a Jesús como la única esperanza del pecador. Los que lo oían sabían que había estado con Jesús. Dotado de poder de lo alto, era capaz de comparar lo espiritual con lo espiritual, y de derribar las fortalezas de Satanás. Los corazones eran quebrantados por la presentación del amor de Dios, como estaba revelado en el sacrificio de su Hijo unigénito, y muchos eran inducidos a preguntar: ¿Qué debo hacer para ser salvo?
Este método de presentar el Evangelio caracterizaba las labores del apóstol en el curso de todo su ministerio entre los gentiles. Siempre conservaba ante ellos la cruz del Calvario. “No nos predicamos a nosotros mismos—declaró en los últimos años de su vida,—sino a Jesucristo, el Señor; y nosotros vuestros siervos por Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” 2 Corintios 4:5, 6.
Los consagrados mensajeros que en los primeros días del cristianismo llevaron a un mundo moribundo las alegres nuevas de la salvación, no permitían que ningún pensamiento de exaltación propia echara a perder su presentación de Cristo el crucificado. No codiciaban ninguna autoridad ni preeminencia. Escondiéndose en el Salvador, exaltaban el gran plan de la salvación, y la vida de Cristo, el autor y consumador de este plan, Cristo, el mismo ayer, hoy, y para siempre, era la nota tónica de su enseñanza.
Si los que hoy enseñan la Palabra de Dios elevaran más y más la cruz de Cristo, su ministerio tendría mucho más éxito. Si los pecadores pudieran ser inducidos a dirigir una ferviente mirada a la cruz, y pudieran obtener una visión plena del Salvador crucificado, comprenderían la profundidad de la compasión de Dios y la pecaminosidad del pecado.
La muerte de Cristo demuestra el gran amor de Dios por el hombre. Es nuestra garantía de salvación. Quitarle al cristiano la cruz sería como borrar del cielo el sol. La cruz nos acerca a Dios, y nos reconcilia con él. Con la perdonadora compasión del amor de un padre, Jehová contempla los sufrimientos que su Hijo soportó con el fin de salvar de la muerte eterna a la familia humana, y nos acepta en el Amado.
Sin la cruz, el hombre no podría unirse con el Padre. De ella depende toda nuestra esperanza. De ella emana la luz del amor del Salvador; y cuando al pie de la cruz el pecador mira al que murió para salvarle, puede regocijarse con pleno gozo; porque sus pecados son perdonados. Al postrarse con fe junto a la cruz, alcanza el más alto lugar que pueda alcanzar el hombre.
Mediante la cruz podemos saber que el Padre celestial nos ama con un amor infinito. ¿Debemos maravillarnos de que Pablo exclamara: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”? Gálatas 6:14. Es también nuestro privilegio gloriarnos en la cruz, entregarnos completamente a Aquel que se entregó por nosotros, Entonces, con la luz que irradia del Calvario brillando en nuestros rostros, podemos salir para revelar esta luz a los que están en tinieblas.
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