04 de mayo de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 25
Las cartas de los Tesalonicenses
Las cartas de los Tesalonicenses
Terribles habrían de ser las pruebas que sobrevendrían a la verdadera iglesia. Ya en el tiempo en que el apóstol Pablo escribía, el “misterio de iniquidad” había comenzado a obrar. Los sucesos que se iban a producir en lo futuro serían “según operación de Satanás, con grande potencia, y señales, y milagros mentirosos, y con todo engaño de iniquidad en los que perecen.”
Especialmente solemne es la declaración del apóstol respecto a aquellos que rehusaran recibir “el amor de la verdad.” “Por tanto, pues—declaró concerniente a todos los que deliberadamente rechazaran los mensajes de verdad,—les envía Dios operación de error, para que crean a la mentira; para que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, antes consintieron a la iniquidad.” Los hombres no pueden rechazar con impunidad las amonestaciones que Dios les envía en su misericordia. De aquellos que persisten en apartarse de sus amonestaciones, Dios retira su Espíritu y los abandona a los engaños que aman.
Así bosquejó Pablo la nefasta obra de aquel poder del mal que subsistiría durante largos siglos de tinieblas y persecución antes de la segunda venida de Cristo. Los creyentes tesalonicenses habían esperado inmediata liberación; ahora se les alentó a emprender valerosamente, en el temor de Dios, la obra que tenían por delante. El apóstol les recomendó que no descuidaran sus deberes ni se entregaran a la espera ociosa. Después de sus brillantes expectativas de inmediata liberación, la rutina de la vida diaria y la oposición que debían afrontar podían parecerles doblemente penosas. Por lo tanto los exhortó a estar firmes en la fe:
“Estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra. Y el mismo Señor nuestro Jesucristo, y Dios y Padre nuestro, el cual nos amó, y nos dió consolación eterna, y buena esperanza por gracia, consuele vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra.” “Mas fiel es el Señor, que os confirmará y guardará del mal. Y tenemos confianza de vosotros en el Señor, que hacéis y haréis lo que os hemos mandado. Y el Señor enderece vuestros corazones en el amor de Dios, y en la paciencia de Cristo.”
La obra de los creyentes les había sido dada por Dios. Por su fiel adhesión a la verdad habían de dar a otros la luz que habían recibido. El apóstol les recomendó que no se cansaran de hacer el bien, y les señaló su propio ejemplo de diligencia en los asuntos temporales mientras trabajaba con incansable celo en la causa de Cristo. Reprobó a aquellos que se habían entregado a la pereza y a la excitación sin propósito, y les indicó que, “trabajando con reposo,” comieran “su pan.” También ordenó a la iglesia que excluyera de su comunión a cualquiera que persistiera en descuidar la instrucción dada por los ministros de Dios. “Mas no lo tengáis como a enemigo—añadió,—sino amonestadle como a hermano.”
También esta epístola la termina Pablo con una oración, en la que pide que en medio de los afanes y pruebas de la vida, la paz de Dios y la gracia del Señor Jesucristo los consolasen y sostuviesen.
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