24 de abril de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 24
Corinto

Pero los judíos de Corinto cerraron sus ojos a la evidencia tan claramente presentada por el apóstol, y rehusaron escuchar sus llamamientos. El mismo espíritu que los había inducido a rechazar a Cristo, los llenó de ira y furia contra su siervo, y si Dios no le hubiera protegido especialmente, para que continuase llevando el mensaje evangélico a los gentiles, le habrían ultimado. 

“Mas contradiciendo y blasfemando ellos, les dijo, sacudiendo sus vestidos: Vuestra sangre sea sobre vuestra cabeza; yo, limpio; desde ahora me iré a los Gentiles. Y partiendo de allí, entró en casa de uno llamado Justo, temeroso de Dios, la casa del cual estaba junto a la sinagoga.” 

Silas y Timoteo “vinieron de Macedonia” para ayudar a Pablo, y juntos trabajaron por los gentiles. A los paganos, tanto como a los judíos, Pablo y sus compañeros predicaron a Cristo como el Salvador de la humanidad caída. Evitando razonamientos complicados y rebuscados, los mensajeros de la cruz se espaciaron en los atributos del Creador del mundo, supremo Gobernante del universo. Con corazones rebosantes de amor hacia Dios y su Hijo, invitaron a los paganos a contemplar el infinito sacrificio hecho en favor del hombre. Sabían que si aquellos que habían andado mucho tiempo a tientas en las tinieblas del paganismo pudieran tan sólo ver la luz que irradiaba de la cruz del Calvario, serían atraídos al Redentor. “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mí mismo,” había declarado el Salvador. Juan 12:32

Los obreros evangélicos de Corinto comprendían los terribles peligros que amenazaban a las almas de aquellos por quienes trabajaban; y con conciencia de la responsabilidad que descansaba sobre ellos, presentaban la verdad como es en Jesús. Claro, sencillo y decidido era su mensaje: sabor de vida para vida, o de muerte para muerte. Y no sólo en sus palabras, sino en su vida diaria, se revelaba el Evangelio. Los ángeles cooperaban con ellos, y la gracia y el poder de Dios se manifestaban en la conversión de muchos. “Crispo, el prepósito de la sinagoga, creyó al Señor con toda su casa; y muchos de los Corintios oyendo creían, y eran bautizados.” 

El odio con que los judíos habían considerado siempre a los apóstoles se intensificó ahora. La conversión y el bautismo de Crispo tuvo por efecto exasperar en vez de convencer a estos obstinados oponentes. No podían presentar argumentos que refutasen la predicación de Pablo; y por falta de evidencias tales, recurrieron al engaño y al ataque malicioso. Blasfemaron el Evangelio y el nombre de Jesús. En su ciega ira, no había para ellos palabras demasiado amargas ni ardid demasiado bajo. No podían negar que Cristo había obrado milagros, pero declaraban que los había realizado por el poder de Satanás, y afirmaban osadamente que las maravillosas obras realizadas por Pablo eran hechas por el mismo agente.

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