02 de junio de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 33
Trabajos y dificultades 

Aunque Pablo tenía cuidado de presentar a sus conversos las sencillas enseñanzas de las Escrituras en cuanto al debido sostén de la obra de Dios y reclamaba, como ministro del Evangelio, la “potestad de no trabajar” (1 Corintios 9:6) en empleos seculares como medio de sostén propio, en diversas ocasiones durante su ministerio en los grandes centros de civilización, trabajó en un oficio manual para mantenerse.

Entre los judíos no se consideraba el trabajo físico como cosa extraña o degradante. Mediante Moisés se había enseñado a los hebreos a desarrollar en sus hijos hábitos de laboriosidad; y se consideraba como un pecado permitir que los jóvenes crecieran sin conocer el trabajo físico. Aun cuando se educara a un hijo para un cargo sagrado, se consideraba esencial un conocimiento de la vida práctica. A todo joven, ya fueran sus padres ricos o pobres, se le enseñaba un oficio. Se consideraba que los padres que descuidaban el impartimiento de esa enseñanza a sus hijos se apartaban de la instrucción del Señor. De acuerdo con esta costumbre, Pablo había aprendido temprano el oficio de tejedor de tiendas. 

Antes de llegar a ser discípulo de Cristo, Pablo había ocupado un alto puesto, y no dependía del trabajo manual para su sostén. Pero más tarde, cuando hubo usado todos sus medios para promover la causa de Cristo, recurrió algunas veces a su oficio para ganarse la vida. Especialmente hacía eso cuando trabajaba en lugares donde podían entenderse mal sus motivos. 

Tesalónica es el primer lugar acerca del cual leemos que trabajó Pablo con sus manos para sostenerse mientras predicaba la Palabra. Escribiendo a la iglesia de creyentes de allí, les recordó que podía haberles sido “carga,” y añadió: “Hermanos, os acordáis de nuestro trabajo y fatiga: que trabajando de noche y de día por no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios.” 1 Tesalonicenses 2:6, 9. Y de nuevo, en su segunda Epístola a los Tesalonicenses, declaró que él y sus colaboradores, durante el tiempo que habían estado con ellos, no habían comido “el pan de ninguno de balde.” Noche y día trabajamos, escribió, “por no ser gravosos a ninguno de vosotros; no porque no tuviésemos potestad, sino por daros en nosotros un dechado, para que nos imitaseis.” 2 Tesalonicenses 3:8, 9.


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