05 de junio de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 33
Trabajos y dificultades 

Durante el largo período de su ministerio en Efeso, donde por tres años realizó un agresivo esfuerzo evangélico en esa región, Pablo trabajó de nuevo en su oficio. En Efeso, como en Corinto, el apóstol fué alegrado por la presencia de Aquila y Priscila, quienes le habían acompañado en su regreso al Asia al fin de su segundo viaje misionero.

Algunos criticaban a Pablo porque trabajaba con las manos, declarando que era incompatible con la obra del ministro evangélico. ¿Por qué Pablo, un ministro de la más elevada categoría, vinculaba así el trabajo mecánico con la predicación de la Palabra? ¿No era el obrero digno de su salario? ¿Por qué dedicaba a hacer tiendas el tiempo que a todas luces podía dedicarse a algo mejor? 

Pablo no consideraba perdido el tiempo así empleado. Mientras trabajaba con Aquila se mantenía en relación con el gran Maestro, sin perder ninguna oportunidad para testificar a favor del Salvador y ayudar a los necesitados. Su mente estaba constantemente en procura de conocimiento espiritual. Daba instrucción a sus colaboradores en las cosas espirituales, y ofrecía también un ejemplo de laboriosidad y trabajo cabal. Era un obrero rápido y hábil, diligente en los negocios, ardiente “en espíritu; sirviendo al Señor.” Romanos 12:11. Mientras trabajaba en su oficio, el apóstol tenía acceso a una clase de gente que de otra manera no hubiera podido alcanzar. Mostraba a sus asociados que la habilidad en las artes comunes es un don de Dios, quien provee tanto el don como la sabiduría para usarlo correctamente. Enseñaba que aun en el trabajo de cada día, ha de honrarse a Dios. Sus manos encallecidas por el trabajo no menoscababan en nada la fuerza de sus patéticos llamamientos como ministro cristiano.

Pablo trabajaba algunas veces noche y día, no solamente para su propio sostén, sino para poder ayudar a sus colaboradores. Compartía sus ganancias con Lucas, y ayudaba a Timoteo. Hasta sufría hambre a veces, para poder aliviar las necesidades de otros. La suya era una vida de abnegación. Hacia el fin de su ministerio, en ocasión de su discurso de despedida a los ancianos de Efeso, en Mileto, pudo levantar ante ellos sus manos gastadas por el trabajo, y decir: “La plata, o el oro, o el vestido de nadie he codiciado. Antes, vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario, y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, es necesario sobrellevar a los enfermos, y tener presente las palabras del Señor Jesús, el cual dijo: Más bienaventurada cosa es dar que recibir.” Hechos 20:33-35.

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