16 de mayo de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 29
Amonestación y súplica
Amonestación y súplica
Pablo habló francamente de las disensiones que se habían levantado en la iglesia de Corinto, y exhortó a los miembros a dejar las contiendas. “Os ruego pues, hermanos—escribió,—por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.”
El apóstol se sintió libre para mencionar cómo y por quiénes había sido informado de las divisiones de la iglesia. “Me ha sido declarado de vosotros, hermanos míos, por los que son de Cloé, que hay entre vosotros contiendas.”
Pablo era un apóstol inspirado. Las verdades que enseñara a otros las había recibido “por revelación;” sin embargo, el Señor no le revelaba directamente todas las veces la precisa condición de su pueblo. En esta ocasión, aquellos que tenían interés en la prosperidad de la iglesia de Corinto, y que habían visto penetrar males en ella, habían presentado el asunto al apóstol; y en virtud de las revelaciones anteriormente recibidas, él estaba preparado para juzgar el carácter de esos fenómenos. No obstante el hecho de que el Señor no le dió una nueva revelación para esa ocasión especial, los que estaban buscando realmente la luz aceptaron su mensaje como expresión del pensamiento de Cristo. El Señor le había mostrado las dificultades y peligros que se levantarían en las iglesias, y cuando estos males se desarrollaron, el apóstol reconoció su significado. Había sido puesto para defender a la iglesia. Había de velar por las almas como quien debía dar cuenta a Dios; ¿y no era consecuente y correcto que hiciera caso de los informes concernientes a la anarquía y las divisiones entre ellas? Con toda seguridad; y la reprensión que envió fué tan ciertamente escrita bajo la inspiración del Espíritu de Dios como cualquiera de sus otras epístolas.
El apóstol no mencionó a los falsos maestros que estaban tratando de destruir el fruto de su labor. Por causa de la obscuridad y división que había en la iglesia, se abstuvo prudentemente de irritar a los corintios con tales referencias, por temor de apartar a algunos enteramente de la verdad. Llamó la atención a su propio trabajo entre ellos como al de un “perito arquitecto,” que había puesto el fundamento sobre el cual otros habían edificado. Pero no se ensalzó por eso; porque declaró: “Nosotros, coadjutores somos de Dios.” No presumía de tener sabiduría propia, sino que reconocía que sólo el poder divino lo había capacitado para presentar la verdad de una manera agradable a Dios. Unido con Cristo, el más grande de todos los maestros, Pablo había sido capacitado para impartir lecciones de sabiduría divina, que satisfacían las necesidades de todas las clases, y que habían de aplicarse a todos los tiempos, en todos los lugares, y bajo todas las condiciones.
Entre los peores males que se habían desarrollado entre los creyentes corintios, figuraba el retorno a muchas de las degradantes costumbres del paganismo. Un ex converso había vuelto tanto a sus andadas que su conducta licenciosa era una violación aun de la baja norma de moralidad mantenida por el mundo gentil. El apóstol rogó a la iglesia que quitara de su seno “a ese malo.” “¿No sabéis—advirtió—que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiad pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa, como sois sin levadura.”
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