15 de junio de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 35
La salvación ofrecida a los judíos
La salvación ofrecida a los judíos
“Porque Dios encerró a todos en incredulidad, para tener misericordia de todos. ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿o quién fué su consejero? ¿O quién le dió a él primero, para que le sea pagado? Porque de él, y por él, y en él, son todas las cosas. A él sea gloria por siglos.”
Así muestra Pablo que Dios es abundantemente capaz de transformar el corazón del judío y del gentil igualmente y de conceder a todo creyente en Cristo las bendiciones prometidas a Israel. El repite las declaraciones de Isaías concernientes al pueblo de Dios: “Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena de la mar, las reliquias serán salvas: porque palabra consumidora y abreviadora en justicia, porque palabra abreviada, hará el Señor sobre la tierra. Y como antes dijo Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado simiente, como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra fuéramos semejantes.”
Cuando Jerusalén fué destruída y el templo reducido a ruinas, muchos miles de judíos fueron vendidos, para que fueran esclavos en países paganos. Como restos de un naufragio en una playa desierta, fueron esparcidos entre las naciones. Por mil ochocientos años los judíos han vagado de país en país por todo el mundo, y en ningún lugar se les ha dado oportunidad de recuperar su antiguo prestigio como nación. Maldecidos, odiados, perseguidos, de siglo en siglo la suya ha sido una herencia de sufrimiento.
No obstante la terrible sentencia pronunciada sobre los judíos como nación en ocasión de su rechazamiento de Jesús de Nazaret, han vivido de siglo en siglo muchos judíos nobles y temerosos de Dios, tanto hombres como mujeres, que sufrieron en silencio. Dios consoló sus corazones en la aflicción, y contempló con piedad su terrible suerte. Oyó las agonizantes oraciones de aquellos que le buscaban con todo corazón en procura de un correcto entendimiento de su Palabra. Algunos aprendieron a ver en el humilde Nazareno a quien sus padres rechazaron y crucificaron, al verdadero Mesías de Israel. Al percibir el significado de las profecías familiares por tanto tiempo obscurecidas por la tradición y la mala interpretación, sus corazones se llenaron de gratitud hacia Dios por el indecible don que otorga él a todo ser humano que escoge aceptar a Cristo como Salvador personal.
Es a esta clase a la cual Isaías se refiere en su profecía: “Las reliquias serán salvas.” Desde los días de Pablo hasta ahora, Dios, por medio de su Santo Espíritu ha estado llamando a los judíos tanto como a los gentiles. “Porque no hay acepción de personas para con Dios,” declaró Pablo. El apóstol se considera a sí mismo deudor “a Griegos y a bárbaros,” tanto como a los judíos; pero nunca perdió de vista las indiscutibles ventajas de los judíos sobre otros, “lo primero ciertamente, que la palabra de Dios les ha sido confiada.” “El evangelio—declaró—es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree; al Judío primeramente y también al Griego. Porque en él la justicia de Dios se descubre de fe en fe; como está escrito: Mas el justo vivirá por la fe.” Es de este Evangelio de Cristo, igualmente eficaz para el judío y el gentil, del que el apóstol en su Epístola a los Romanos declara que no se avergüenza.
Cuando este Evangelio se presente en su plenitud a los judíos, muchos aceptarán a Cristo como el Mesías. Entre los ministros cristianos son pocos los que han sido llamados a trabajar por el pueblo judío. Pero a éstos que han sido pasados por alto, tanto como a todos los otros, ha de darse el mensaje de misericordia y esperanza en Cristo.
En la proclamación final del Evangelio, cuando una obra especial deberá hacerse en favor de las clases descuidadas hasta entonces, Dios espera que sus mensajeros manifiesten particular interés en el pueblo judío que se halla en todas partes de la tierra. Cuando las escrituras del Antiguo Testamento se combinen con las del Nuevo para explicar el eterno propósito de Jehová, eso será para muchos judíos como la aurora de una nueva creación, la resurrección del alma. Cuando vean al Cristo de la dispensación evangélica pintado en las páginas de las escrituras del Antiguo Testamento, y perciban cuán claramente explica el Nuevo Testamento al Antiguo, sus facultades adormecidas se despertarán y reconocerán a Cristo como el Salvador del mundo. Muchos recibirán por la fe a Cristo como su Redentor. En ellos se cumplirán las palabras: “A todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre.” Juan 1:12.
Entre los judíos hay algunos que, como Saulo de Tarso, son poderosos en las Escrituras, y éstos proclamarán con poder la inmutabilidad de la ley de Dios. El Dios de Israel hará que esto suceda en nuestros días. No se ha acortado su brazo para salvar. Cuando sus siervos trabajen con fe por aquellos que han sido mucho tiempo descuidados y despreciados, su salvación se revelará.
“Por tanto, Jehová que redimió a Abraham, dice así a la casa de Jacob: No será ahora confundido Jacob, ni su rostro se pondrá pálido; porque verá a sus hijos, obra de mis manos en medio de sí, que santificarán mi nombre; y santificarán al Santo de Jacob, y temerán al Dios de Israel. Y los errados de espíritu aprenderán inteligencia, y los murmuradores aprenderán doctrina.” Isaías 29:22-24.
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