21 de mayo de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 30
Llamamiento a alcanzar una norma mas alta
Llamamiento a alcanzar una norma mas alta
Los competidores de los antiguos juegos, después de haberse sometido a la renuncia personal y a rígida disciplina, no estaban todavía seguros de la victoria. “¿No sabéis que los que corren en el estadio—preguntó Pablo,—todos a la verdad corren, mas uno lleva el premio?” Por ansiosa y fervientemente que se esforzaran los corredores, el premio se adjudicaba a uno solo. Una sola mano podía tomar la codiciada guirnalda. Alguno podía empeñar el mayor esfuerzo por obtener el premio, pero cuando estaba por extender la mano para tomarlo, otro, un instante antes que él, podía llevarse el codiciado tesoro.
Tal no es el caso en la lucha cristiana. Ninguno que cumpla con las condiciones se chasqueará al fin de la carrera. Ninguno que sea ferviente y perseverante dejará de tener éxito. La carrera no es del veloz, ni la batalla del fuerte. El santo más débil, tanto como el más fuerte, puede llevar la corona de gloria inmortal. Puede ganarla todo el que, por el poder de la gracia divina, pone su vida en conformidad con la voluntad de Cristo. Demasiado a menudo se considera como asunto sin importancia, demasiado trivial para exigir atención, la práctica en los detalles de la vida, de los principios sentados en la Palabra de Dios. Pero en vista del resultado que está en juego, nada de lo que ayude o estorbe es pequeño. Todo acto pesa en la balanza que determina la victoria o el fracaso de la vida. La recompensa dada a los que venzan estará en proporción con la energía y el fervor con que hayan luchado.
El apóstol se comparó a sí mismo con un hombre que corre una carrera empeñando todo nervio en la obtención del premio. “Así que, yo de esta manera corro—dice,—no como a cosa incierta; de esta manera peleo, no como quien hiere el aire: antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado.” Para no correr en forma incierta o al azar la carrera cristiana, Pablo se sometía a severa preparación. Las palabras: “Pongo en servidumbre” mi cuerpo, significan literalmente someter, mediante severa disciplina, los deseos, impulsos y pasiones. Pablo temía que, habiendo predicado a otros, él mismo fuera reprobado. Comprendía que si no cumplía en su vida los principios que creía y predicaba, sus labores en favor de otros no le valdrían de nada. Su conversación, su influencia, su negación a entregarse a la complacencia propia, debían mostrar que su religión no era mera profesión, sino una comunión diaria y viva con Dios. Mantenía siempre delante de sí un blanco, y luchaba ardientemente por alcanzarlo: “la justicia que es de Dios por la fe.” Filipenses 3:9.
Pablo sabía que su lucha contra el mal no terminaría mientras durara la vida. Siempre comprendía la necesidad de vigilarse severamente, para que los deseos terrenales no se sobrepusieran al celo espiritual. Con todo su poder continuaba luchando contra las inclinaciones naturales. Siempre mantenía ante sí el ideal que debía alcanzarse, y luchaba por alcanzar ese ideal mediante la obediencia voluntaria a la ley de Dios. Sus palabras, sus prácticas, sus pasiones: todo lo sometía al dominio del Espíritu de Dios.
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