18 de junio de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 37
Último viaje de Pablo a Jerusalén

Pablo deseaba grandemente llegar a Jerusalén a tiempo para la Pascua, pues eso le daría oportunidad de encontrarse con aquellos que llegaban de todas partes del mundo para asistir a la fiesta. Siempre acariciaba él la esperanza de poder ser de alguna manera instrumento para quitar el prejuicio de sus compatriotas incrédulos, de modo que pudieran ser inducidos a aceptar la preciosa luz del Evangelio. También deseaba encontrarse con la iglesia de Jerusalén y entregarle las ofrendas que enviaban las iglesias gentiles para los hermanos pobres de Judea. Y por medio de esta visita, esperaba lograr que se efectuara una unión más firme entre los judíos y los gentiles convertidos a la fe. 

Habiendo terminado su trabajo en Corinto, resolvió navegar directamente hacia uno de los puertos de la costa de Palestina. Todos los arreglos habían sido hechos, y estaba por embarcarse, cuando se le notificó de una maquinación tramada por los judíos para quitarle la vida. En lo pasado todos los esfuerzos de estos oponentes de la fe por hacer cesar la obra del apóstol habían sido frustrados. 

El éxito que acompañaba la predicación del Evangelio despertó de nuevo la ira de los judíos. De todos partes llegaban noticias de la divulgación de la nueva doctrina, por la cual los judíos eran relevados de la observancia de los ritos de la ley ceremonial y los gentiles eran admitidos con iguales privilegios que los judíos como hijos de Abrahán. En su predicación en Corinto, Pablo presentó los mismos argumentos que defendió tan vigorosamente en sus epístolas. Su enfática declaración: “No hay Griego ni Judío, circuncisión ni incircuncisión” (Colosenses 3:11), era considerada por sus enemigos como una osada blasfemia, y decidieron reducir su voz al silencio.

Al ser advertido del complot, Pablo decidió hacer el viaje por Macedonia. Tuvo que renunciar a su plan de llegar a Jerusalén a tiempo para celebrar allí la Pascua, pero tenía la esperanza de encontrarse allí para Pentecostés. 

Los compañeros de Pablo y Lucas eran “Sopater Bereense, y los Tesalonicenses, Aristarco y Segundo; y Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tychico y Trófimo”. Pablo tenía consigo una gran suma de dinero de las iglesias de los gentiles, la cual se proponía colocar en las manos de los hermanos que tenían a su cargo la obra en Judea; y por esta causa hizo arreglos para que estos hermanos, representantes de varias de las iglesias que habían contribuido, le acompañaran a Jerusalén. 

En Filipos, Pablo se detuvo para observar la Pascua. Sólo Lucas quedó con él; los otros miembros del grupo siguieron hasta Troas para esperarlo allí. Los filipenses eran los más amantes y sinceros de entre los conversos del apóstol, y durante los ocho días de la fiesta, él disfrutó de una pacífica y gozosa comunión con ellos. 

Saliendo de Filipos, Pablo y Lucas alcanzaron a sus compañeros en Troas cinco días después, y permanecieron durante siete días con los creyentes de allí.

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