16 de junio de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 36
Apostasía en Galacia

Mientras estaba en Corinto, Pablo tenía motivo de seria aprensión concerniente a algunas de las iglesias ya establecidas. Por la influencia de falsos maestros que se habían levantado entre los creyentes de Jerusalén, se estaban extendiendo rápidamente la división, la herejía y el sensualismo entre los creyentes de Galacia. Esos falsos maestros mezclaban las tradiciones judías con las verdades del Evangelio. Haciendo caso omiso de la decisión del concilio general de Jerusalén, instaban a los conversos gentiles a observar la ley ceremonial. 

La situación era crítica. Los males que se habían introducido amenazaban con destruir rápidamente a las iglesias Gálatas. 

El corazón de Pablo se sintió herido y su alma fué conmovida por esta abierta apostasía de aquellos a quienes había enseñado fielmente los principios del Evangelio. Escribió inmediatamente a los creyentes engañados, exponiendo las falsas teorías que habían aceptado, y reprendiendo con gran severidad a los que se estaban apartando de la fe. Después de saludar a los Gálatas con las palabras: “Gracia sea a vosotros, y paz de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo,” les dirigió estas palabras de agudo reproche: 

“Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis traspasado del que os llamó a la gracia de Cristo, a otro evangelio: no que hay otro, sino que hay algunos que os inquietan, y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas aun si nosotros o un ángel del cielo os anunciare otro evangelio del que os hemos anunciado, sea anatema.” Las enseñanzas de Pablo habían estado en armonía con las Escrituras, y el Espíritu había dado testimonio acerca de sus labores; por lo tanto exhortó a sus hermanos a que no escucharan a quien contradijera la verdad que él les había enseñado. 

El apóstol pidió a los creyentes Gálatas que consideraran cuidadosamente el comienzo de su vida cristiana. “¡Oh Gálatas insensatos!—exclamó,—¿quién os fascinó, para no obedecer a la verdad, ante cuyos ojos Jesucristo fué ya descrito como crucificado entre vosotros? Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír de la fe? ¿Tan necios sois? ¿habiendo comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne? ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si empero en vano. Aquel, pues, que os daba el Espíritu, y obraba maravillas entre vosotros ¿hacíalo por las obras de la ley, o por el oír de la fe?” 

Así Pablo emplazó a los creyentes de Galacia ante el tribunal de su propia conciencia, y trató de detenerlos en su conducta. Confiando en el poder de Dios para salvar, y rehusando reconocer las doctrinas de los maestros apóstatas, el apóstol se esforzó por inducir a los conversos a ver que habían sido groseramente engañados, pero que retornando a su fe anterior en el Evangelio, podrían sin embargo frustrar el propósito de Satanás. Tomó partido firmemente del lado de la verdad y la justicia; y su suprema fe y confianza en el mensaje que predicaba ayudaron a muchos cuya fe había fallado, a recuperar su lealtad al Salvador. 

¡Cuán diferente del modo en que Pablo escribió a la iglesia de Corinto, fué el proceder que siguió hacia los Gálatas! A la primera la reprendió con cuidado y ternura; a los últimos, con palabras de despiadado reproche. Los corintios habían sido vencidos por la tentación. Engañados por los ingeniosos sofismas de maestros que presentaban errores bajo el disfraz de la verdad, se habían confundido y desorientado. El enseñarles a distinguir lo falso de lo verdadero requería cautela y paciencia. La severidad o la prisa imprudente de parte de Pablo hubiera destruído su influencia sobre muchos de aquellos a quienes anhelaba ayudar. 

En las iglesias Gálatas, el error abierto y desenmascarado estaba suplantando al mensaje evangélico. Cristo, el verdadero fundamento de la fe, era virtualmente desplazado por las anticuadas ceremonias del judaísmo. El apóstol vió que para salvar a los creyentes Gálatas de las peligrosas influencias que los amenazaban, debían tomarse las más decisivas medidas, darse las más penetrantes amonestaciones.

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