05 de marzo de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 15
Librado de la cárcel
Librado de la cárcel
Llega la noche precedente a la propuesta ejecución. Un poderoso ángel es enviado del cielo para rescatar a Pedro. Las pesadas puertas que guardan al santo de Dios se abren sin ayuda de manos humanas. Pasa el ángel del Altísimo, y las puertas se cierran sin ruido tras él. Entra en la celda, donde yace Pedro, durmiendo el apacible sueño de la confianza perfecta.
La luz que rodea al ángel llena la celda, pero no despierta al apóstol. Antes de sentir el toque de la mano angélica y oír una voz que le dice: “Levántate prestamente,” no se despierta lo suficiente para ver su celda iluminada por la luz del cielo, y a un ángel de gran gloria de pie delante de él. Mecánicamente obedece a lo que se le dice, y mientras se levanta y alza las manos, se da vagamente cuenta de que las cadenas han caído de sus muñecas.
La voz del mensajero celestial le vuelve a decir: “Cíñete, y átate tus sandalias,” y Pedro vuelve a obedecer mecánicamente, con la asombrada mirada fija en el visitante, y creyendo estar soñando o en visión. Una vez más el ángel ordena: “Rodéate tu ropa, y sígueme.” Se dirige hacia la puerta, seguido por Pedro, tan locuaz de costumbre, ahora mudo de asombro. Pasan por encima de la guardia, y llegan a la pesada puerta cerrada con cerrojos, la cual se abre de por sí, y vuelve a cerrarse inmediatamente, mientras que los guardias de adentro y afuera están inmóviles en sus puestos.
Llegan a la segunda puerta, también guardada de adentro y de afuera. Se abre como la primera, sin chirrido de goznes, ni ruido de cerrojos. Ellos pasan, y vuelve a cerrarse silenciosamente. De la misma manera pasan por la tercera puerta, y se encuentran en la calle abierta. Ni una palabra es pronunciada; ni se oyen pisadas. El ángel se desliza adelante, rodeado de un deslumbrante esplendor, y Pedro, aturdido, y creyendo aun que está soñando, sigue a su libertador. Así pasan por una calle, y luego, cumplida la misión del ángel, éste desaparece súbitamente.
La luz celestial se desvanece, y Pedro se encuentra en profundas tinieblas; pero a medida que sus ojos se acostumbran a ellas, éstas parecen disminuir gradualmente, y descubre que se halla solo en la calle silenciosa, recibiendo el fresco soplo del aire nocturno en la frente. Se da cuenta de que está libre, en una parte conocida de la ciudad; reconoce el lugar que a menudo ha frecuentado, y por el que esperaba pasar por última vez a la mañana siguiente.
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