27 de marzo de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 18
La predicación entre los paganos

“Entonces las gentes, visto lo que Pablo había hecho, alzaron la voz, diciendo en lengua licaónica: Dioses semejantes a hombres han descendido a nosotros.” Esta declaración estaba de acuerdo con una tradición suya según la cual los dioses visitaban ocasionalmente la tierra. A Bernabé le llamaron Júpiter, el padre de los dioses, debido a su venerable apariencia, su digno porte, y la suavidad y benevolencia expresadas en su rostro. Creyeron que Pablo era Mercurio, “porque era el que llevaba la palabra,” fervoroso y activo, y era elocuente en sus palabras de amonestación y exhortación. 

Los listrenses, ansiosos de mostrar su gratitud, persuadieron al sacerdote de Júpiter que honrara a los apóstoles, y él, “trayendo toros y guirnaldas delante de las puertas, quería con el pueblo sacrificar.” Pablo y Bernabé, que habían buscado recogimiento y descanso, no estaban enterados de los preparativos. Pronto, sin embargo, les llamó la atención el sonido de la música y el vocerío entusiasta de una gran multitud que había venido a la casa donde ellos se alojaban. 

Cuando los apóstoles descubrieron la causa de esta visita y su acompañante excitación, “rotas sus ropas, se lanzaron al gentío, dando voces,” con la esperanza de evitar que siguieran con sus planes. En voz alta y resonante, que se sobrepuso al vocerío de la gente, Pablo requirió su atención; y cuando el tumulto cesó repentinamente, dijo: “Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, y la mar, y todo lo que está en ellos: el cual en las edades pasadas ha dejado a todas las gentes andar en sus caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, hinchiendo de mantenimiento y de alegría nuestros corazones.” 

No obstante la categórica negación de los apóstoles de que ellos fueran divinos y no obstante los esfuerzos de Pablo por dirigir la mente de la gente al verdadero Dios como el único objeto digno de adoración, fué casi imposible disuadir a los paganos de su intención de ofrecer sacrificio. Habían creído tan firmemente que esos hombres eran en verdad dioses, y era tan grande su entusiasmo, que estaban poco dispuestos a reconocer su error. El relato dice que “apenas apaciguaron el pueblo.”

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