15 de febrero de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 10
El primer mártir cristiano

Esteban el más destacado de los siete diáconos, era varón de profunda piedad y gran fe. Aunque judío de nacimiento, hablaba griego y estaba familiarizado con los usos y costumbres de los griegos, por lo que tuvo ocasión de predicar el Evangelio en las sinagogas de los judíos griegos. Era muy activo en la causa de Cristo y proclamaba osadamente su fe. Eruditos rabinos y doctores de la ley entablaron con él discusiones públicas, confiados en obtener fácil victoria. Pero “no podían resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.” No sólo hablaba con la virtud del Espíritu Santo, sino que era evidente que había estudiado las profecías y estaba versado en todas las cuestiones de la ley. Hábilmente defendía las verdades por que abogaba, y venció por completo a sus adversarios. En él se cumplió la promesa: “Poned pues en vuestros corazones no pensar antes cómo habéis de responder: porque yo os daré boca y sabiduría, a la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se os opondrán.” Lucas 21:14, 15

Al ver los sacerdotes y magistrados el poder que acompañaba a la predicación de Esteban, le cobraron acerbo odio, y en vez de rendirse a las pruebas que presentaba resolvieron acallar su voz matándolo. En varias ocasiones sobornaron a las autoridades romanas para que pasasen por alto sin comentario casos en que los judíos habían hecho justicia por sus propias manos, juzgando, condenando y ejecutando presos de acuerdo con su costumbre nacional. Los enemigos de Esteban no dudaron de que también en este caso podrían seguir esta conducta sin peligro para sí mismos. Decidieron correr el riesgo, así que echaron mano de Esteban y lo llevaron ante el consejo del Sanedrín para juzgarlo. 

Llamaron a eruditos judíos de los países comarcanos para que refutasen los argumentos del preso. Saulo de Tarso estaba presente y tomó muy activa parte contra Esteban, aportando todo el peso de su elocuencia y la lógica de los rabinos a fin de convencer a las gentes de que Esteban predicaba falsas y perniciosas doctrinas. Pero Saulo encontró en Esteban un varón que comprendía plenamente los designios de Dios en la difusión del Evangelio por las demás naciones. 

En vista de que no podían rebatir la clara y serena sabiduría de Esteban, los sacerdotes y magistrados resolvieron hacer con él un escarmiento, de modo que a la par de satisfacer su odio vengativo impidiesen por el miedo que otros aceptaran sus creencias. Sobornaron a unos cuantos testigos para que levantaran el falso testimonio de que le habían oído blasfemar contra el templo y la ley. Los testigos declararon: “Le hemos oído decir, que este Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y mudará las ordenanzas que nos dió Moisés.” 

Mientras Esteban se hallaba frente a frente con sus jueces para responder a la acusación de blasfemia, brillaba sobre su semblante un santo fulgor de luz, y “todos los que estaban sentados en el concilio, puestos los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel.” Muchos de los que contemplaron esa luz, temblaron y encubrieron su rostro; pero la obstinada incredulidad y los prejuicios de los magistrados no vacilaron. 

Cuando interrogaron a Esteban respecto de si eran ciertas las acusaciones formuladas contra él, defendióse con clara y penetrante voz que resonó en toda la sala del concilio. Con palabras que cautivaron al auditorio, procedió a repasar la historia del pueblo escogido de Dios, demostrando completo conocimiento de la dispensación judaica y de su interpretación espiritual, ya manifestada por Cristo. Repitió las palabras de Moisés referentes al Mesías: “Profeta os levantará el Señor Dios vuestro de vuestros hermanos, como yo; a él oiréis.” Evidenció su lealtad para con Dios y la fe judaica, aunque demostrando que la ley en que confiaban los judíos para su salvación no había podido salvar a Israel de la idolatría. Relacionó a Jesucristo con toda la historia del pueblo judío. 

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