18 de marzo de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 17
Heraldos del evangelio
Heraldos del evangelio
Así el enemigo caído trabaja siempre por conservar en sus filas a los hombres de influencia que, si se convirtieran, podrían prestar eficaz servicio en la causa de Dios. Pero el fiel obrero evangélico no necesita temer ser derrotado por el enemigo; porque es su privilegio ser dotado de poder celestial para resistir toda influencia satánica.
Aunque penosamente acosado por Satanás, Pablo tuvo valor para increpar a aquel por quien el enemigo estaba trabajando. “Lleno del Espíritu Santo,” el apóstol, “poniendo en él los ojos, dijo: Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? Ahora pues, he aquí la mano del Señor es contra ti, y serás ciego, que no veas el sol por tiempo. Y luego cayeron en él obscuridad y tinieblas; y andando alrededor, buscaba quién le condujese por la mano. Entonces el procónsul, viendo lo que había sido hecho, creyó, maravillado de la doctrina del Señor.”
El adivino había cerrado los ojos a las evidencias de la verdad evangélica; y el Señor, con justo enojo, cegó sus ojos naturales, privándolo de la luz del día. La ceguera no fué permanente, sino temporal, a fin de que le indujese a arrepentirse y a procurar perdón del Dios a quien había ofendido tan gravemente. La confusión en la cual se vió sumido anuló sus sutiles artes contra las doctrinas de Cristo. El hecho de que se viera obligado a andar a tientas en su ceguera demostró a todos que los milagros que los apóstoles habían realizado, y que Elimas había denunciado como prestidigitación, eran producidos por el poder de Dios. El procónsul, convencido de la verdad de la doctrina que enseñaban los apóstoles aceptó el Evangelio.
Elimas no era un hombre instruido; sin embargo era singularmente apto para hacer la obra de Satanás. Aquellos que predican la verdad de Dios encontrarán al astuto enemigo en muchas formas diferentes. A veces será en la persona de los instruidos, pero más a menudo en la de ignorantes a quienes Satanás adiestró como instrumentos eficaces para engañar a las almas. Es el deber del ministro de Cristo permanecer fiel en su puesto, en el temor de Dios y en el poder de su fortaleza. Así puede confundir a las huestes de Satanás y triunfar en el nombre del Señor.
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