10 de febrero de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 9
Los siete diáconos

“En aquellos días, habiéndose multiplicado el número de los discípulos, hubo murmuración de los helenistas contra los hebreos, de que sus viudas eran descuidadas en la administración diaria.” Hechos 6:1 (VM)

En la iglesia primitiva había gente de diversas clases sociales y distintas nacionalidades. Cuando vino el Espíritu Santo en Pentecostés, “moraban entonces en Jerusalem Judíos, varones religiosos, de todas las naciones debajo del cielo.” Hechos 2:5. Entre los de la fe hebrea reunidos en Jerusalén había también algunos que eran conocidos generalmente como helenistas, cuya desconfianza y aun enemistad con los judíos de Palestina databan de largo tiempo. 

Los que se habían convertido por la labor de los apóstoles estaban afectuosamente unidos por el amor cristiano. A pesar de sus anteriores prejuicios, hallábanse en recíproca concordia. Sabía Satanás que mientras durase aquella unión no podría impedir el progreso de la verdad evangélica, y procuró prevalerse de los antiguos modos de pensar, con la esperanza de introducir así en la iglesia elementos de discordia. 

Sucedió que habiendo crecido el número de discípulos, logró Satanás despertar las sospechas de algunos que anteriormente habían tenido la costumbre de mirar con envidia a sus correligionarios y de señalar faltas en sus jefes espirituales. Así “hubo murmuración de los helenistas contra los hebreos.” El motivo de la queja fué un supuesto descuido de las viudas griegas en el reparto diario de socorros. Toda desigualdad habría sido contraria al espíritu del Evangelio; pero Satanás había logrado provocar recelos. Por lo tanto, era indispensable tomar medidas inmediatas que quitasen todo motivo de descontento, so pena de que el enemigo triunfara en sus esfuerzos y determinase una división entre los fieles. 

Los discípulos de Jesús habían llegado a una crisis. Bajo la sabia dirección de los apóstoles, que habían trabajado unidos en el poder del Espíritu Santo, la obra encomendada a los mensajeros del Evangelio se había desarrollado rápidamente. La iglesia estaba ensanchándose de continuo, y este aumento de miembros acrecentaba las pesadas cargas de los que ocupaban puestos de responsabilidad. Ningún hombre, ni grupo de hombres, podría continuar llevando esas cargas solo, sin poner en peligro la futura prosperidad de la iglesia. Se necesitaba una distribución adicional de las responsabilidades que habían sido llevadas tan fielmente por unos pocos durante los primeros días de la iglesia. Los apóstoles debían dar ahora un paso importante en el perfeccionamiento del orden evangélico en la iglesia, colocando sobre otros algunas de las cargas llevadas hasta ahora por ellos.

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