16 de febrero de 2019
Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 10
El primer mártir cristiano
El primer mártir cristiano
Refirióse a la edificación del templo por Salomón, y a las palabras de Salomón e Isaías: “Si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano; como el profeta dice: El cielo es mi trono, y la tierra es el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿o cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?” HAp 81.4
Al llegar Esteban a este punto, se produjo un tumulto entre los oyentes. Cuando relacionó a Cristo con las profecías, y habló de aquel modo del templo, el sacerdote rasgó sus vestiduras, fingiéndose horrizado. Esto fué para Esteban un indicio de que su voz iba pronto a ser acallada para siempre. Vió la resistencia que encontraban sus palabras y comprendió que estaba dando su postrer testimonio. Aunque no había llegado más que a la mitad de su discurso, lo terminó abruptamente. HAp 82.1
De pronto, interrumpiendo el relato histórico que proseguía, y volviéndose hacia sus enfurecidos jueces, exclamó: “Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo: como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? y mataron a los que antes anunciaron la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis.”
Al oír esto, la ira puso fuera de sí a los sacerdotes y magistrados. Obrando más bien como fieras que como seres humanos, se abalanzaron contra Esteban crujiendo los dientes. El preso leyó su destino en los crueles rostros que le cercaban, pero no se inmutó. No temía la muerte ni le aterrorizaban los furiosos sacerdotes ni las excitadas turbas. Perdió de vista el espectáculo que se ofrecía a sus ojos, se le entreabrieron las puertas del cielo, y vió la gloria de los atrios de Dios y a Cristo que se levantaba de su trono como para sostener a su siervo. Con voz de triunfo exclamó Esteban: “He aquí, veo los vielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios.”
Al describir Esteban la gloriosa escena que sus ojos contemplaban, ya no pudieron aguantar más sus perseguidores. Se taparon los oídos para no oírlo, y dando grandes voces, arremetieron unánimes contra él, lo echaron “fuera de la ciudad” “y apedrearon a Esteban, invocando él y diciendo: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les imputes este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.”
No se había sentenciado legalmente a Esteban; pero las autoridades romanas fueron sobornadas con gruesas sumas de dinero, para que no investigasen el caso.
El martirio de Esteban impresionó profundamente a cuantos lo presenciaron. El recuerdo de la señal de Dios en su rostro; sus palabras, que conmovieron hasta el alma a cuantos las escucharon, quedaron en las mentes de los circunstantes y atestiguaron la verdad de lo que él había proclamado. Su muerte fué una dura prueba para la iglesia; pero en cambio produjo convicción en Saulo, quien no podía borrar de su memoria la fe y la constancia del mártir y el resplandor que había iluminado su semblante.
En el proceso y muerte de Esteban, denotó Saulo estar imbuído de un celo frenético. Después se irritó por su secreto convencimiento de que Esteban había sido honrado por Dios en el mismo momento en que los hombres le infamaban. Saulo continuó persiguiendo a la iglesia de Dios, acosando a los cristianos, prendiéndolos en sus casas y entregándolos a los sacerdotes y magistrados para encarcelarlos y matarlos. Su celo en llevar a cabo esta persecución llenó de terror a los cristianos de Jerusalén. Las autoridades romanas no hicieron mayor esfuerzo para detener esta cruel obra, sino que ayudaban secretamente a los judíos con el objeto de reconciliarse con ellos y asegurarse sus simpatías.
Después de la muerte de Esteban, Saulo fué elegido miembro del Sanedrín en premio a la parte que había tomado en aquella ocasión. Durante algún tiempo fué un poderoso instrumento en manos de Satanás para proseguir su rebelión contra el Hijo de Dios. Pero pronto este implacable perseguidor iba a ser empleado para edificar la iglesia que estaba a la sazón demoliendo. Alguien más poderoso que Satanás había escogido a Saulo para ocupar el sitio del martirizado Esteban, para predicar y sufrir por el Nombre y difundir extensamente las nuevas de salvación por medio de su sangre.
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