06 de marzo de 2019

Los Hechos de los Apóstoles (Ellen G. White)
Capítulo 15
Librado de la cárcel

Entonces trató de recordar los sucesos de los pocos momentos pasados. Recordó que se había dormido, atado entre dos soldados, despojado de sus sandalias y ropa exterior. Examinó su persona, y vió que estaba completamente vestido y ceñido. Sus muñecas hinchadas por efecto de los crueles hierros, estaban libres de cadenas. Se percató de que su libertad no era un engaño, ni un sueño ni una visión, sino una bendita realidad. Por la mañana iba a ser llevado a la ejecución; pero he aquí que un ángel lo había librado de la cárcel y de la muerte. “Entonces Pedro, volviendo en sí, dijo: Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel y me ha librado de la mano de Herodes, y de todo el pueblo de los Judíos que me esperaba.” 

El apóstol se dirigió en seguida a la casa donde estaban reunidos sus hermanos, y donde en ese mismo momento estaban orando fervientemente por él. “Y tocando Pedro a la puerta del patio, salió una muchacha, para escuchar, llamada Rhode: la cual como conoció la voz de Pedro, de gozo no abrió el postigo, sino corriendo adentro, dió nueva de que Pedro estaba al postigo. Y ellos le dijeron: Estás loca. Mas ella afirmaba que así era. Entonces ellos decían: Su ángel es. 

“Mas Pedro perseveraba en llamar: y cuando abrieron, viéronle, y se espantaron. Mas él haciéndoles con la mano señal de que callasen, les contó cómo el Señor le había sacado de la cárcel.” Y Pedro “salió, y partió a otro lugar.” El gozo y la alabanza llenaron los corazones de los creyentes, porque Dios había oído y contestado sus oraciones, y había librado a Pedro de las manos de Herodes. 

Por la mañana un gran número de gente se congregó para presenciar la ejecución del apóstol. Herodes envió a algunos oficiales a la prisión en busca de Pedro, quien había de ser traído con un gran despliegue de armas y guardias, no sólo a fin de asegurar que no se fugase, sino para intimidar a los simpatizantes, y mostrar el poder del rey. 

Cuando los guardias que velaban a la puerta descubrieron que Pedro se había escapado, se llenaron de terror. Se les había dicho expresamente que sus vidas serían demandadas por la vida de aquel a quien cuidaban. Y por eso, habían sido especialmente vigilantes. Cuando los oficiales llegaron en busca de Pedro, los soldados estaban todavía a la puerta de la cárcel, los cerrojos y las barras quedaban firmes, y las cadenas estaban todavía aseguradas a las muñecas de los dos soldados; pero el preso se había ido. 

Cuando tuvo noticia del libramiento de Pedro, Herodes se exasperó y enfureció. Acusando de infidelidad a los guardias de la cárcel ordenó que se les diese muerte. Herodes sabía que ningún poder humano había rescatado a Pedro, pero estaba resuelto a no reconocer que un poder divino había frustrado su designio, y desafió insolentemente a Dios.

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