01 de agosto de 2019
Capítulo 49—La última carta de Pablo
El verdadero ministro de Dios no rehuye los trabajos pesados ni las responsabilidades. De la fuente que nunca falla para los que sinceramente buscan el poder divino, saca fuerza que le capacita para afrontar las tentaciones, sobreponerse a ellas y cumplir los deberes que Dios le impone. La naturaleza de la gracia que recibe aumenta su capacidad para conocer a Dios y a su Hijo. Su alma se desvive para realizar un servicio aceptable para su Maestro. A medida que avanza en el camino cristiano, se esfuerza “en la gracia que es en Cristo Jesús.” Esta gracia le habilita para ser un testigo fiel de las cosas que ha oído. No desprecia ni descuida el conocimiento que ha recibido de Dios, sino que lo entrega a hombres fieles, quienes a su vez lo enseñarán a otros.
En ésta su última carta a Timoteo, Pablo levanta ante el joven obrero un elevado ideal, puntualizando los deberes que le corresponden como ministro de Cristo. “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado—escribió el apóstol,—como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad.” “Huye también los deseos juveniles; y sigue la justicia, la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor de puro corazón. Empero las cuestiones necias y sin sabiduría desecha, sabiendo que engendran contiendas. Que el siervo del Señor no debe ser litigioso, sino manso para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen: si quizá Dios les dé que se arrepientan para conocer la verdad.”
Le amonesta contra los falsos maestros que intentarían levantarse en la iglesia. “Esto también sepas—declaró,—que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos: que habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, detractores, desobedientes a los padres, ingratos, sin santidad ... teniendo apariencia de piedad, mas habiendo negado la eficacia de ella: y a éstos evita.”
“Mas los malos hombres y los engañadores, irán de mal en peor—continuó,—engañando y siendo engañados. Empero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salud.... Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra.” Dios ha provisto abundantes medios para tener éxito en la guerra contra la maldad que hay en el mundo. La Biblia es el arsenal donde podemos equiparnos para la lucha. Nuestros lomos deben estar ceñidos con la verdad. Nuestra cota debe ser la justicia. El escudo de la fe debe estar en nuestra mano, el yelmo de la salvación sobre nuestra frente; y con la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, hemos de abrirnos camino a través de las obstrucciones y enredos del pecado.
Pablo sabía que a la iglesia le esperaba un tiempo de grande peligro. Sabía que debía hacerse un fiel y fervoroso trabajo por aquellos a quienes se les había encargado el cuidado de las iglesias; y por eso le escribió a Timoteo: “Requiero yo pues delante de Dios, y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.”
Esta amonestación solemne a uno que era tan celoso y fiel como Timoteo, constituye un poderoso testimonio de la importancia y responsabilidad de la obra del ministerio evangélico. Llamándolo ante el tribunal de Dios, Pablo le ordena predicar la Palabra, y no los dichos y costumbres de los hombres; de estar listo para testificar por Dios en cualquier oportunidad que se le presente, delante de grandes congregaciones o círculos privados, por el camino o en los hogares, a amigos como a enemigos, en seguridad o expuesto a durezas y peligros, oprobios y pérdidas.
Temiendo que la moderación de Timoteo y su disposición condescendiente pudiesen llevarle a rehuir una parte principal de su trabajo, le exhortó a ser fiel en reprobar el pecado, y hasta en reprender con severidad a los que eran culpables de graves males. No obstante debía hacerlo “con toda paciencia y doctrina.” Debía revelar la paciencia y amor de Cristo, explicando y reforzando sus reprensiones con las verdades de la Palabra.
Comentarios
Publicar un comentario