23 de julio de 2019

Capítulo 45—Cartas escritas desde Roma


Al tiempo de su conversión y bautismo, los creyentes de Colosas prometieron dejar a un lado creencias y prácticas que hasta entonces habían sido una parte de sus vidas, y ser constantes en su lealtad a Cristo. En su carta, Pablo les recordó esto, rogándoles que no olvidasen que, a fin de cumplir su voto, deberían hacer un esfuerzo constante contra los males que buscaban tener dominio sobre ellos. “Si habéis pues resucitado con Cristo—dijo,—buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque muertos sois, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.”

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” 2 Corintios 5:17. Por medio del poder de Cristo, los hombres y mujeres han roto las cadenas de los hábitos pecaminosos. Han renunciado al egoísmo. El profano se transformó en reverente, el borracho en sobrio, el libertino en puro. Almas que habían manifestado la semejanza de Satanás, han llegado a transformarse a la imagen de Dios. Este cambio, en sí mismo, es el milagro de los milagros. El cambio realizado por la Palabra es uno de los más profundos misterios de ella. No lo podemos entender; solamente podemos creerlo, como lo señalan las Escrituras: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria.”

Cuando el Espíritu de Dios domina la mente y el corazón, el alma convertida prorrumpe en una nueva canción; porque ha reconocido que la promesa de Dios ha sido cumplida en su experiencia, que su transgresión ha sido perdonada, su pecado cubierto. Ha sentido arrepentimiento hacia Dios por la violación de su divina ley, y fe hacia Cristo, quien murió por la justificación del hombre. Justificado “pues por la fe” tiene “paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” Romanos 5:1.

Pero habiendo alcanzado esa experiencia, el cristiano no debe por lo tanto cruzarse de brazos conforme con lo que ha logrado. Aquel que está determinado a entrar en el reino espiritual encontrará que todos los poderes y las pasiones de la naturaleza no regenerada, respaldadas por las fuerzas del reino de las tinieblas, están preparadas para atacarle. Cada día debe renovar su consagración, cada día debe batallar contra el pecado. Los hábitos antiguos, las tendencias hereditarias hacia el mal, se disputarán el dominio, y contra ellos debe siempre velar, apoyándose en el poder de Cristo para obtener la victoria.

Escribió Pablo a los colosenses: “Amortiguad, pues, vuestros miembros que están sobre la tierra: ... en las cuales [cosas] vosotros también anduvisteis en otro tiempo viviendo en ellas. Mas ahora, dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, torpes palabras de vuestra boca.... Vestíos pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de tolerancia; sufriéndoos los unos a los otros, y perdonándoos los unos a los otros si alguno tuviere queja del otro: de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de caridad, la cual es el vínculo de la perfección. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la cual asimismo sois llamados en un cuerpo; y sed agradecidos.”

La carta a los colosenses está llena de lecciones de gran valor para todos los que están ocupados en el servicio de Cristo, lecciones que muestran la sinceridad de propósito y la altura del blanco que será visto en la vida de aquel que representa correctamente a su Salvador. Renunciando a todo lo que pueda impedirle realizar progresos en el camino ascendente, o quiera hacer volver los pies de otros del camino angosto, el creyente revelará en su vida diaria misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, tolerancia y el amor de Cristo.

El poder de una vida más elevada, pura y noble es nuestra gran necesidad. El mundo abarca demasiado de nuestros pensamientos, y el reino de los cielos demasiado poco.

En sus esfuerzos por alcanzar el ideal de Dios, el cristiano no debería desesperarse de ningún empeño. A todos es prometida la perfección moral y espiritual por la gracia y el poder de Cristo. El es el origen del poder, la fuente de la vida. Nos lleva a su Palabra, y del árbol de la vida nos presenta hojas para la sanidad de las almas enfermas de pecado. Nos guía hacia el trono de Dios, y pone en nuestra boca una oración por la cual somos traídos en estrecha relación con él. En nuestro favor pone en operación los todopoderosos agentes del cielo. A cada paso sentimos su poder viviente.

Comentarios