15 de julio de 2019
Capítulo 43—En Roma
Muchos de los judíos que fueran expulsados de Roma varios años antes, habían recibido permiso de volver, de modo que se encontraban allí en gran número. A éstos, ante todo, decidió Pablo presentar los hechos concernientes a sí mismo y a su obra, antes que sus enemigos tuvieran oportunidad de predisponerlos en su contra. Por lo tanto, tres días después de su llegada a Roma, llamó a sus hombres principales, y en una manera sencilla y directa les explicó por qué llegaba a Roma en calidad de preso.
“Varones hermanos—dijo,—no habiendo hecho nada contra el pueblo, ni contra los ritos de la patria, he sido entregado preso desde Jerusalem en manos de los Romanos; los cuales, habiéndome examinado, me querían soltar, por no haber en mí ninguna causa de muerte. Mas contradiciendo los Judíos, fuí forzado a apelar a César; no que tenga de qué acusar a mi nación. Así que, por esta causa, os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy rodeado de esta cadena.”
No dijo nada del maltrato que había sufrido a manos de los judíos, o de los repetidos complots para asesinarle. Sus palabras revelaron prudencia y bondad. No estaba buscando atención o simpatía personal, sino defender la verdad y mantener el honor del Evangelio.
En respuesta, sus oyentes afirmaron que no habían recibido ninguna acusación contra él por carta pública o privada, y que ninguno de los judíos que habían venido a Roma le había acusado de algún crimen. Igualmente expresaron un marcado deseo de oír personalmente las razones de su fe en Cristo. “Porque de esta secta—dijeron,—notorio nos es que en todos lugares es contradicha.”
Ya que ellos mismos lo deseaban, Pablo les pidió que fijaran un día para presentarles la verdad del Evangelio. Al tiempo señalado, muchos concurrieron “a los cuales declaraba y testificaba el reino de Dios, persuadiéndoles lo concerniente a Jesús, por la ley de Moisés y por los profetas, desde la mañana hasta la tarde.” Les relató su propia experiencia, y les presentó argumentos de los escritos del Antiguo Testamento con sencillez, sinceridad y poder.
El apóstol mostró que la religión no consiste en ritos y ceremonias, credos y teorías. Si así fuera, el hombre natural podría entenderla por investigación, así como entiende las cosas del mundo. Pablo enseñó que la religión es un positivo poder salvador, un principio proveniente enteramente de Dios, una experiencia personal del poder renovador de Dios en el alma.
Les mostró cómo Moisés enseñó a Israel a mirar a Cristo como al Profeta a quien ellos debían oír; cómo todos los profetas testificaron de él como el gran remedio de Dios para el pecado, el Inocente que había de llevar los pecados del culpable. Pablo no censuró la observancia de sus ritos y ceremonias, pero les mostró que al mismo tiempo que ellos mantenían el servicio ritual con gran exactitud, rechazaban al que se tipificaba en todo el sistema de ritos.
Pablo declaró que siendo inconverso, conoció a Cristo, no por una relación personal, sino únicamente por el concepto que él, juntamente con otros, abrigaba concerniente al carácter y obra del Mesías que había de venir. Había rechazado a Jesús de Nazaret como impostor, porque no se ajustó a ese concepto. Pero ahora sus ideas tocante a Cristo y su misión eran mucho más espirituales y exaltadas, porque había experimentado la conversión. El apóstol afirmó que no les presentaba a Cristo según la carne. Herodes vió a Cristo en los días de su humanidad; Anás también lo vió, y asimismo Pilato y los sacerdotes y gobernantes, y los soldados romanos. Pero ellos no le vieron con los ojos de la fe, como al Redentor glorificado. Comprender a Cristo por fe y tener un conocimiento espiritual de él era más deseable que una relación personal con él tal como apareció en la tierra. La comunión con Cristo que Pablo gozaba ahora, era más íntima, duradera, que un mero compañerismo terrestre y humano.
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