24 de junio de 2019
Capítulo 38—La prisión de Pablo
En su ministerio, el apóstol Pablo había enseñado a la gente no “con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostración del Espíritu y de poder.” Las verdades que proclamaba le habían sido reveladas por el Espíritu Santo; “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.... Lo cual—declaró Pablo—también hablamos, no con doctas palabras de humana sabiduría, mas con doctrina del Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.” 1 Corintios 2:4, 10-13.
Durante todo su ministerio, Pablo había mirado a Dios en procura de su dirección personal. Al mismo tiempo había tenido mucho cuidado de trabajar de acuerdo con las decisiones del concilio general de Jerusalén; y como resultado, las iglesias “eran confirmadas en fe, y eran aumentadas en número cada día.” Hechos 16:5. Y ahora, no obstante la falta de simpatía que algunos le demostraban, se consolaba al saber que había cumplido su deber fomentando en sus conversos un espíritu de lealtad, generosidad y amor hermanable, según lo revelaban en esta ocasión por las liberales contribuciones que pudo colocar ante los ancianos judíos.
Después de la presentación de las ofrendas, Pablo “contó por menudo lo que Dios había hecho entre los Gentiles por su ministerio.” Esta enumeración de hechos produjo en todos los corazones, aun en los que habían dudado, la convicción de que la bendición del cielo había acompañado sus labores. “Y ellos como lo oyeron, glorificaron a Dios.” Sintieron que los métodos de trabajo seguidos por el apóstol llevaban el sello del cielo. Las generosas contribuciones que tenían delante añadían peso al testimonio del apóstol en cuanto a la fidelidad de las nuevas iglesias establecidas entre los gentiles. Los hombres que, mientras figuraban entre los encargados de la obra en Jerusalén, habían insistido en que se tomaran medidas arbitrarias de control, vieron desde un nuevo punto de vista el ministerio de Pablo, y se convencieron de que era su propio proceder el equivocado; que ellos habían sido esclavos de las costumbres y tradiciones judías, y que la obra del Evangelio había sido grandemente estorbada porque no habían comprendido que la muralla de separación entre los judíos y gentiles había sido derribada por la muerte de Cristo.
Se ofrecía una áurea oportunidad a todos los hombres dirigentes de confesar francamente que Dios había obrado por medio del apóstol Pablo y que ellos habían errado al permitir que los informes de los enemigos despertaran sus celos y prejuicios. Pero en lugar de unirse en un esfuerzo por hacer justicia al perjudicado, le dieron un consejo que mostraba el sentimiento todavía acariciado por ellos de que Pablo debía ser considerado en alto grado responsable por los prejuicios existentes. No tomaron noblemente su defensa ni se esforzaron por mostrar su error a los desafectos, sino que trataron de hacerle transigir aconsejándole que siguiera un proceder que, en su opinión, haría desaparecer todo lo que fuese causa de aprensión errónea.
“Ya ves, hermano—dijeron, en respuesta a su testimonio,—cuántos millares de Judíos hay que han creído; y todos son celadores de la ley: mas fueron informados acerca de ti, que enseñas a apartarse de Moisés a todos los Judíos que están entre los Gentiles, diciéndoles que no han de circuncidar a los hijos, ni andar según la costumbre. ¿Qué hay, pues? La multitud se reunirá de cierto: porque oirán que has venido. Haz pues esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen voto sobre sí: tomando a éstos contigo, purifícate con ellos, y gasta con ellos, para que rasuren sus cabezas, y todos entiendan que no hay nada de lo que fueron informados acerca de ti; sino que tú también andas guardando la ley. Empero cuanto a los que de los Gentiles han creído, nosotros hemos escrito haberse acordado que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo que fuere sacrificado a los ídolos, y de sangre, y de ahogado, y de fornicación.”
Los hermanos esperaban que Pablo, al seguir el proceder aconsejado, pudiera contradecir en forma decisiva los falsos informes concernientes a él. Le aseguraron que la decisión del concilio anterior respecto a los conversos gentiles y a la ley ceremonial, estaba todavía en vigencia. Pero el consejo que le daban ahora no estaba de acuerdo con aquella decisión. El Espíritu de Dios no había sugerido esta instrucción; era el fruto de la cobardía. Los dirigentes de la iglesia de Jerusalén sabían que por no conformarse a la ley ceremonial, los cristianos se acarrearían el odio de los judíos y se expondrían a la persecución. El Sanedrín estaba haciendo todo lo que podía para impedir el progreso del Evangelio. Ese cuerpo escogía a hombres para que siguieran a los apóstoles, especialmente a Pablo, y se opusieran de toda forma posible a su obra. Si los creyentes en Cristo fueran condenados ante el Sanedrín como transgresores de la ley, serían rápida y severamente castigados como apóstatas de la fe judía.
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