16 de julio de 2019

Capítulo 43—En Roma


Mientras Pablo hablaba de lo que conocía y testificaba de aquello que había visto concerniente a Jesús de Nazaret como la esperanza de Israel, los que honradamente buscaban la verdad fueron convencidos. Sobre algunas mentes, por lo menos, sus palabras hicieron una impresión que jamás se borró. Pero otros rehusaron tercamente aceptar el claro testimonio de las Escrituras, aun cuando les fuera presentado por uno que tenía la iluminación especial del Espíritu Santo. No podían refutar sus argumentos, pero rehusaron aceptar sus conclusiones.

Muchos meses pasaron desde la llegada de Pablo a Roma hasta la comparecencia de los judíos que vinieron de Jerusalén para acusarle. Habían sido repetidamente estorbados en sus propósitos; y ahora que Pablo iba a ser juzgado por el supremo tribunal del Imperio Romano, no deseaban exponerse a otro fracaso. Lisias, Félix, Festo y Agripa habían declarado que le juzgaban inocente. Sus enemigos sólo podían esperar inclinar al emperador en su favor por medio de intrigas. La demora favorecería sus propósitos, por cuanto les proporcionaría tiempo para perfeccionar y ejecutar sus planes; y al efecto aguardaron algún tiempo antes de presentar personalmente sus acusaciones contra el apóstol.

Por providencia de Dios, este aplazamiento tuvo por resultado el adelanto del Evangelio. Mediante el favor de los encargados de la guardia, le fué permitido a Pablo residir en una cómoda vivienda, donde podía tratar libremente con sus amigos y también declarar diariamente la verdad a cuantos acudían a oírle. Así prosiguió durante dos años con sus labores, “predicando el reino de Dios y enseñando lo que es del Señor Jesucristo con toda libertad, sin impedimento.”

Durante ese tiempo no se olvidó de las iglesias que había establecido en muchos países. Comprendiendo los peligros que amenazaban a los convertidos a la nueva fe, el apóstol procuraba, en tanto le era posible, atender a sus necesidades por medio de cartas de amonestación e instrucciones prácticas. Y desde Roma envió consagrados obreros a trabajar no sólo en aquellas iglesias, sino también en campos que él no había visitado. Estos obreros, como prudentes pastores, intensificaron la obra tan bien comenzada por Pablo, quien se mantuvo informado de la situación y peligros de las iglesias por la constante correspondencia con ellos, de suerte que pudo ejercer prudente inspección sobre todos.

Así, aunque aparentemente ajeno a la labor activa, Pablo ejerció más amplia y duradera influencia que si hubiese podido viajar libremente de iglesia en iglesia como en años anteriores. Como preso del Señor, era objeto del más profundo afecto de parte de sus hermanos; y sus palabras, escritas por quien estaba en cautiverio por la causa de Cristo, imponían mayor atención y respeto que cuando él estaba personalmente con ellos. Hasta que Pablo les fué quitado, los creyentes no se dieron cuenta de cuán pesadas eran las cargas que había soportado por ellos. En otros tiempos se habían excusado en gran parte de las responsabilidades porque les faltaba su sabiduría, tacto e indomable energía; pero ahora, abandonados a su inexperiencia para aprender las lecciones que habían rehuído, apreciaron sus amonestaciones, consejos e instrucciones como no los habían estimado durante su obra personal. Al informarse de su valentía y fe durante su largo encarcelamiento, fueron estimulados a una mayor fidelidad y celo en la causa de Cristo.

Entre los asistentes de Pablo en Roma había muchos que habían sido antes sus compañeros y colaboradores. Lucas, “el médico amado,” quien le había atendido en el viaje a Jerusalén, durante los dos años de su encarcelamiento en Cesarea, y en su arriesgado viaje a Roma, estaba todavía con él. Timoteo también velaba por su comodidad. Tíquico, “‘hermano amado y fiel ministro y consiervo en el Señor,” auxiliaba noblemente al apóstol. Demas y Marcos estaban también con él. Aristarco y Epafras eran sus compañeros “en la prisión.” Colosenses 4:7-14.

Desde los primeros años de su profesión de fe, la experiencia cristiana de Marcos se había profundizado. A medida que estudiaba más atentamente la vida y muerte de Cristo, obtenía más claros conceptos de la misión del Salvador, sus afanes y conflictos. Leyendo en las cicatrices de las manos y los pies de Cristo las señales de su servicio por la humanidad, y el extremo a que llega la abnegación para salvar a los extraviados y perdidos, Marcos se constituyó en un seguidor voluntario del Maestro en la senda del sacrificio. Ahora, compartiendo la suerte de Pablo, el preso, comprendía mejor que nunca antes que es una infinita ganancia alcanzar a Cristo, e infinita pérdida ganar el mundo y perder el alma por cuya redención la sangre de Cristo fué derramada. Frente a la severa prueba y adversidad, Marcos continuó firmemente, como sabio y amado ayudador del apóstol.

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