07 de agosto de 2019
Capítulo 51—Un fiel subpastor
En el mismo comienzo de su primera carta el anciano siervo de Dios rendía a su Señor un tributo de alabanza y agradecimiento. “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo—exclamó,—que según su grande misericordia nos ha regenerado en esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, y que no puede contaminarse, ni marchitarse, reservada en los cielos para nosotros que somos guardados en virtud de Dios por fe, para alcanzar la salud que está aparejada para ser manifestada en el postrimero tiempo.”
Con esta esperanza de una herencia segura en la tierra nueva, se regocijaban los cristianos primitivos aun en tiempos de severa prueba y aflicción. “En lo cual ... os alegráis—escribió Pedro,—estando al presente un poco de tiempo afligidos en diversas tentaciones, si es necesario, para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual perece, bien que sea probado con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra, cuando Jesucristo fuere manifestado: al cual, no habiendo visto, le amáis; en el cual creyendo, aunque al presente no le veáis, os alegráis con gozo inefable y glorificado; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salud de vuestras almas.”
Las palabras del apóstol fueron escritas para instrucción de los creyentes de todas las épocas y tienen un significado especial para los que viven en el tiempo cuando “el fin de todas las cosas se acerca.” Toda alma que desea mantenerse en la fe, “firme hasta el fin” (Hebreos 3:14) necesita sus exhortaciones y reprensiones y sus palabras de fe y ánimo.
El apóstol procuró enseñar a los creyentes cuán importante es impedir a la mente divagar en asuntos prohibidos o gastar energías en cosas triviales. Los que no quieren ser víctimas de las trampas de Satanás deben guardar bien las avenidas del alma; deben evitar el leer, mirar u oír lo que puede sugerir pensamientos impuros. No debe permitirse que la mente se espacie al azar en cualquier tema que sugiera el enemigo de nuestras almas. El corazón debe ser fielmente vigilado, o males de afuera despertarán males de adentro, y el alma vagará en tinieblas. “Por lo cual—escribió Pedro,—teniendo los lomos de vuestro entendimiento ceñidos, con templanza, esperad perfectamente en la gracia que os es presentada cuando Jesucristo os es manifestado: ... no conformándoos con los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino como aquel que os ha llamado es santo, sed también vosotros santos en toda conversación: porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”
“Conversad en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación: sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana conversación, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación: ya ordenado de antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postrimeros tiempos por amor de vosotros, que por él creéis a Dios, el cual le resucitó de los muertos, y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sea en Dios.”
Si la plata y el oro fuesen suficientes para conseguir la salvación de los hombres, cuán fácilmente podría ser efectuada por Aquel que dice: “Mía es la plata, y mío el oro.” Hageo 2:8. Pero el transgresor puede ser redimido solamente por la sangre preciosa del Hijo de Dios. El plan de salvación está basado en el sacrificio. El apóstol Pablo escribió: “Porque ya sabéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico; para que vosotros por su pobreza fueseis enriquecidos.” 2 Corintios 8:9. Cristo se dió a sí mismo para poder redimiros de toda iniquidad. Y ofrece como bendición suprema de la salvación “la dádiva de Dios” que “es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” Romanos 6:23.
“Habiendo purificado vuestras almas en la obediencia de la verdad, por el Espíritu, en caridad hermanable sin fingimiento—continúa Pedro,—amaos unos a otros entrañablemente de corazón puro.” La Palabra de Dios—la verdad—es el medio por el cual Dios manifiesta su Espíritu y su poder. La obediencia a ella produce fruto de la calidad requerida; “amor no fingido de los hermanos.” (V.M.) Este amor es de origen celestial y conduce a móviles elevados y acciones abnegadas.
Cuando la verdad llega a ser un principio permanente en nuestra vida, el alma renace, “no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre.” Este nuevo nacimiento es el resultado de haber recibido a Cristo como la Palabra de Dios. Cuando las verdades divinas son impresas sobre el corazón por el Espíritu Santo, se despiertan nuevos sentimientos, y las energías hasta entonces latentes son despertadas para cooperar con Dios.
Te invitamos a continuar con la lectura del día de mañana.
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