31 de agosto de 2019

Capítulo 56—Patmos


Estos ejemplos de constancia humana atestiguan la fidelidad de las promesas de Dios, su constante presencia y su gracia sostenedora. Testificaron del poder de la fe para resistir a las potestades del mundo. Es obra de la fe confiar en Dios en la hora más obscura, y sentir, a pesar de ser duramente probados y azotados por la tempestad, que nuestro Padre empuña el timón. Sólo el ojo de la fe puede ver más allá de las cosas presentes para estimar correctamente el valor de las riquezas eternas.

Jesús no presentó a sus seguidores la esperanza de alcanzar gloria y riquezas terrenas ni de vivir una vida libre de pruebas. Al contrario, los llamó a seguirle en el camino de la abnegación y el vituperio. El que vino para redimir al mundo fué resistido por las fuerzas unidas del mal. En confederación despiadada, los hombres malos y los ángeles caídos se opusieron al Príncipe de Paz. Todas las palabras y los hechos de él revelaron divina compasión, y su diferencia del mundo provocó la más amarga hostilidad.

Así será con todos los que deseen vivir píamente en Cristo Jesús. Persecuciones y vituperios esperan a todos los que estén dominados por el espíritu de Cristo. El carácter de la persecución cambia con los tiempos, pero el principio—el espíritu que la fomenta—es el mismo que siempre mató a los escogidos del Señor desde los días de Abel.

En todas las épocas Satanás persiguió al pueblo de Dios. Torturó a sus hijos y los entregó a muerte, pero en su muerte llegaron a ser vencedores. Testificaron del poder de Uno que es más fuerte que Satanás. Hombres perversos pueden torturar y matar el cuerpo, pero no pueden destruir la vida que está escondida con Cristo en Dios. Pueden encerrar a hombres y mujeres dentro de las paredes de una cárcel, pero no pueden amarrar el espíritu.

En medio de la prueba y la persecución, la gloria—el carácter—de Dios se revela en sus escogidos. Los creyentes en Cristo, odiados y perseguidos por el mundo, son educados y disciplinados en la escuela del Señor. En la tierra andan por caminos angostos; son purificados en el horno de la aflicción. Siguen a Cristo en medio de penosos conflictos; soportan la abnegación y experimentan amargos chascos; pero así aprenden lo que es la culpa y miseria del pecado, y llegan a mirarlo con aborrecimiento. Al ser participantes de los sufrimientos de Cristo, pueden ver la gloria más allá de las tinieblas, y dirán: “Porque tengo por cierto que lo que en este tiempo se padece, no es de comparar con la gloria venidera que en nosotros ha de ser manifestada.” Romanos 8:18.

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