26 de julio de 2019
Capítulo 46—Pablo en libertad
Aunque la obra de Pablo en Roma se veía bendecida por la conversión de muchas almas y el fortalecimiento y estímulo de los fieles, se iban acumulando nubes amenazadoras no sólo sobre su seguridad personal, sino también sobre la prosperidad de la iglesia. Al llegar a Roma, había sido puesto bajo la custodia del capitán de la guardia imperial, hombre justo e íntegro, por cuya benevolencia tenía el apóstol relativa libertad para proseguir la obra del Evangelio. Pero antes de concluir los dos años de encarcelamiento, ese capitán fué relevado por otro, de quien el apóstol no podía esperar ningún favor especial.
Los judíos se volvieron entonces más activos que nunca en sus esfuerzos contra Pablo, y encontraron valiosa ayuda en la disoluta mujer a quien Nerón había hecho su segunda esposa, la cual por ser prosélita judía prestó toda su influencia en favor de los proyectos homicidas contra el campeón del cristianismo.
Pablo no podía esperar mucha justicia del César a quien había apelado. Nerón era de moral más degradada, y de carácter más frívolo, y al mismo tiempo capaz de crueldades más atroces que cuantos gobernantes le habían precedido. Las riendas del gobierno no podrían haber sido confiadas a un monarca más despótico. El primer año de su reinado se señaló por el envenenamiento de su hermanastro, heredero legítimo al trono. De un abismo a otro de vicios y de crímenes, Nerón había descendido hasta asesinar a su propia madre y después a su esposa. No hubo atrocidad que no perpetrase ni vileza ante la cual se detuviese. A cada alma noble inspiraba solamente aborrecimiento y desprecio.
Los detalles de la iniquidad practicada en su corte son demasiado viles, demasiado horribles para ser descritos. Su malvada iniquidad creó disgusto y aversión, aun en muchos de los que fueron obligados a participar en sus crímenes. Estaban en constante temor tocante a la próxima atrocidad que sugeriría. Sin embargo, todos los crímenes que cometía Nerón no debilitaron la fidelidad de sus súbditos. Era reconocido como el gobernante absoluto de todo el mundo civilizado. Y más que esto, era objeto de honores divinos y adorado como un dios.
Desde el punto de vista del juicio humano, era segura la condena de Pablo ante semejante juez. Pero el apóstol comprendía que mientras se mantuviese leal a Dios, de nada había de temer. Aquel que en lo pasado fuera su protector, podría escudarle aun de la malignidad de los judíos y del poder de César.
Comentarios
Publicar un comentario