02 de julio de 2019

Capítulo 39—El juicio en Cesarea

Pablo consideró que ésta era una oportunidad dada por Dios, y la aprovechó fielmente. Sabía que estaba en presencia de alguien que tenía facultad de quitarle la vida o de libertarlo; sin embargo, no se dirigió a Félix y Drusila con alabanza o adulación. Sabía que sus palabras serían para ellos sabor de vida o de muerte, y olvidando todas las consideraciones egoístas, trató de despertar en ellos la conciencia de su peligro.

El apóstol comprendía que el Evangelio imponía responsabilidades a cualquiera que oyese sus palabras; que algún día ellos estarían entre los puros y santos alrededor del gran trono blanco, o con aquellos a quienes Cristo diría: “Apartaos de mí, obradores de maldad.” Mateo 7:23. Sabía que habría de encontrarse con cada uno de sus oyentes ante el tribunal del cielo, y allí rendir cuenta, no sólo de todo lo que hubiera dicho y hecho, sino aun de los motivos y del espíritu de sus palabras y hechos.

Tan violento y cruel había sido el proceder de Félix, que pocos se habían atrevido antes a insinuar siquiera que su carácter y conducta no eran intachables. Pero Pablo no temía al hombre. Expuso claramente su fe en Cristo y las razones de esa fe, y fué inducido así a hablar particularmente de las virtudes esenciales del carácter cristiano, de las cuales la arrogante pareja se hallaba tan notablemente desprovista.

Reveló a Félix y Drusila el carácter de Dios: su justicia, su equidad y la naturaleza de su ley. Mostró claramente que es el deber del hombre vivir una vida sobria y temperante, teniendo las pasiones bajo el dominio de la razón, de acuerdo con la ley de Dios, conservando sanas las facultades físicas y mentales. Declaró que vendría seguramente un día de juicio en el cual todos serían recompensados de acuerdo con las acciones hechas en el cuerpo, y cuando se revelaría claramente que las riquezas, la posición o los títulos son impotentes para conquistarle al hombre el favor de Dios, o librarlo de los resultados del pecado. Mostró que esta vida es el tiempo concedido al hombre para prepararse para la vida futura. Si descuidara los actuales privilegios y oportunidades, sufriría una pérdida eterna; no se le daría un nuevo tiempo de gracia. Pablo se explayó especialmente en las abarcantes exigencias de la ley de Dios. Explicó que alcanza a los profundos secretos de la naturaleza moral del hombre y derrama un raudal de luz sobre lo que se ha ocultado de la vista y el conocimiento de los hombres. Lo que las manos pueden hacer o la lengua puede declarar, lo que la vida entera revela, no muestra sino imperfectamente el carácter moral del hombre. La ley discierne los pensamientos, motivos y propósitos. Las obscuras pasiones que yacen ocultas de la vista de los hombres, como el celo, el odio, la concupiscencia y la ambición, las malas acciones meditadas en las obscuras reconditeces del alma, aunque nunca se hayan realizado por falta de oportunidad: todo esto lo condena la ley de Dios.

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