03 de julio de 2019
Capítulo 39—El juicio en Cesarea
Pablo trató de dirigir los pensamientos de sus oyentes hacia el gran sacrificio hecho por el pecado. Señaló los sacrificios que eran sombra de los bienes venideros, y presentó entonces a Cristo como la realidad prefigurada por todas esas ceremonias: el objeto al cual todas señalaban como la única fuente de vida y esperanza para el hombre caído. Los santos hombres de la antigüedad se salvaron por la fe en la sangre de Cristo. Mientras miraban las agonías de muerte de las víctimas sacrificadas, contemplaban a través del abismo de los siglos al Cordero de Dios que habría de quitar el pecado del mundo.
Dios reclama con derecho el amor y la obediencia de todas sus criaturas. Les ha dado en su ley una norma perfecta de justicia. Pero muchos olvidan a su Hacedor, y en oposición a su voluntad eligen seguir sus propios caminos. Retribuyen con enemistad el amor que es tan alto como el cielo, tan ancho como el universo. Dios no puede rebajar los requerimientos de su ley para satisfacer la norma de los impíos; ni pueden los hombres, por su propio poder, satisfacer las demandas de la ley. Solamente por la fe en Cristo puede el pecador ser limpiado de sus culpas y capacitado para prestar obediencia a la ley de su Hacedor.
De ese modo, Pablo, el preso, recalcó con insistencia lo que la ley divina exigía a judíos y gentiles, y presentó a Jesús, el despreciado Nazareno, como el Hijo de Dios, el Redentor del mundo.
La princesa judía entendía bien el carácter sagrado de esa ley que tan desvergonzadamente había transgredido; pero su prejuicio contra el Hombre del Calvario endureció su corazón contra la palabra de vida. Pero Félix nunca antes había escuchado la verdad; y cuando el Espíritu de Dios convenció su alma, se conmovió profundamente. La conciencia, despierta ahora, dejó oír su voz y Félix sintió que las palabras de Pablo eran verdaderas. La memoria le recordó su culpable pasado. Con terrible nitidez recordó los secretos de su vida de libertinaje y de derramamiento de sangre, y el obscuro registro de sus años ulteriores. Se vió licencioso, cruel, codicioso. Nunca antes la verdad había impresionado de esta manera su corazón. Nunca antes se había llenado así su alma de terror. El pensamiento de que todos los secretos de su carrera de crímenes estaban abiertos ante los ojos de Dios, y que habría de ser juzgado de acuerdo con sus hechos, le hizo temblar de miedo.
Pero en vez de permitir que sus convicciones lo llevaran al arrepentimiento, trató de ahuyentar estas reflexiones desagradables. La entrevista con Pablo fué suspendida. “Ahora vete—dijo;—mas en teniendo oportunidad te llamaré.”
Comentarios
Publicar un comentario