08 de septiembre de 2019

Capítulo 58—La iglesia triunfante


Hace alrededor de diecinueve siglos que los apóstoles descansan de sus labores; pero la historia de sus fatigas y sacrificios por la causa de Cristo se encuentra todavía entre los más preciosos tesoros de la iglesia. Dicha historia, escrita bajo la dirección del Espíritu Santo, fué registrada a fin de que por ella los seguidores de Cristo de todas las épocas fuesen inducidos a empeñarse con mayor celo y fervor en la causa del Salvador.

Los discípulos cumplieron la comisión que Cristo les dió. A medida que esos mensajeros de la cruz salían a proclamar el Evangelio, se manifestaba tal revelación de la gloria de Dios como nunca antes habían visto los mortales. Por medio de la cooperación del Espíritu divino, los apóstoles realizaron una obra que conmovió al mundo. El Evangelio fué llevado a toda nación en una sola generación.

Gloriosos fueron los resultados que acompañaron al ministerio de los apóstoles escogidos por Cristo. Al principio, algunos de ellos eran hombres sin letras, pero su consagración a la causa de su Maestro era absoluta y bajo su instrucción consiguieron una preparación para la gran obra que les fué encomendada. La gracia y la verdad reinaban en sus corazones, inspiraban sus motivos y dirigían sus acciones. Sus vidas estaban escondidas con Cristo en Dios, el yo se perdía de vista, sumergido en las profundidades del amor infinito.

Los discípulos eran hombres que sabían hablar y orar sinceramente, hombres que podían apoderarse de la fuerza del Poderoso de Israel. ¡Cuán cerca estaban de Dios, y cuán estrechamente ligaban su honor personal a su trono! Jehová era su Dios. Su honor era el honor de ellos. La verdad de Dios era la suya. Cualquier ataque al Evangelio hería profundamente sus almas, y con todo el poder de su ser luchaban por la causa de Cristo. Podían predicar la palabra de vida, porque habían recibido la unción celestial. Esperaban mucho y por lo tanto intentaban mucho. Cristo se revelaba a ellos y le miraban como su guía. Su entendimiento de la verdad y su poder para afrontar la oposición estaban en proporción con su conformidad a la voluntad de Dios. Jesucristo, sabiduría y poder de Dios, era el tema de todo discurso. Su nombre—el único dado a los hombres debajo del cielo para que puedan ser salvos—era exaltado por ellos. A medida que proclamaban un Salvador todopoderoso, resucitado, sus palabras conmovían los corazones y hombres y mujeres eran ganados para el Evangelio. Multitudes que habían vilipendiado el nombre del Salvador y despreciado su poder, ahora se confesaban discípulos del Crucificado.

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