27 de julio de 2019
Capítulo 46—Pablo en libertad
Y Dios escudó a su siervo. Cuando se examinaron las acusaciones contra Pablo, nadie las sostuvo; y contrariamente a la expectativa general, y con una consideración por la justicia totalmente opuesta a su carácter, Nerón absolvió al procesado. Pablo se vió desligado de sus cadenas; y en completa libertad.
Si el proceso de Pablo se hubiese diferido por más tiempo, o si por cualquier motivo se hubiera detenido en Roma hasta el año siguiente, sin duda habría perecido en la persecución que se desató contra los cristianos. Durante el encarcelamiento de Pablo los conversos al cristianismo habían llegado a ser tan numerosos que atrajeron la atención y suscitaron la enemistad de las autoridades. La cólera del emperador se excitó especialmente por la conversión de gente de su propia casa y pronto encontró pretexto para hacer a los cristianos objeto de su despiadada crueldad.
Por entonces estalló en Roma un terrible incendio que consumió casi media ciudad. Según rumores, el mismo Nerón había sido el incendiario; pero a fin de alejar toda sospecha hizo alarde de gran generosidad yendo a visitar a las víctimas del siniestro que habían quedado sin hogar y desamparadas. Sin embargo, se le acusó del crimen. El pueblo se encolerizó y enfureció y para disculparse a sí mismo y al mismo tiempo para quitar de la ciudad a una clase que temía y odiaba, Nerón dirigió la acusación sobre los cristianos. Su ardid tuvo éxito y millares de los seguidores de Cristo, hombres, mujeres y niños, fueron cruelmente martirizados.
Escapó Pablo de aquella terrible persecución porque muy luego de verse en libertad, salió de Roma. Este último período de libertad lo utilizó diligentemente para trabajar entre las iglesias. Era su propósito establecer una unión más firme entre las iglesias griegas y orientales y fortalecer el entendimiento de los creyentes contra las falsas doctrinas que ya se insinuaban para corromper la fe.
Las pruebas y penalidades sufridas por Pablo habían agotado sus fuerzas físicas. Padecía los achaques de la vejez. Comprendía que estaba realizando su postrera labor; y a medida que se le iba acortando el tiempo, eran más intensos sus esfuerzos. Su celo no tenía límites. Resuelto en el propósito, rápido en la acción, firme en la fe, pasaba de iglesia en iglesia por diversos países, y procuraba por todos los medios a su alcance fortalecer las manos de los creyentes para que actuasen fielmente en la obra de ganar almas para Jesús, y que en los tiempos de prueba que ya se iniciaban permaneciesen firmes en el Evangelio y testificasen fielmente por Cristo.
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