13 de julio de 2019
Capítulo 42—El viaje y el naufragio
Era ya pleno día, pero no podían reconocer nada que les hiciese posible determinar dónde estaban. Sin embargo, “veían un golfo que tenía orilla, al cual acordaron echar, si pudiesen, la nave. Cortando pues las anclas, las dejaron en la mar, largando también las ataduras de los gobernalles; y alzada la vela mayor al viento, íbanse a la orilla. Mas dando en un lugar de dos aguas, hicieron encallar la nave; y la proa, hincada, estaba sin moverse, y la popa se abría con la fuerza de la mar.”
A Pablo y los demás presos les amenazaba ya una suerte más terrible que el naufragio. Los soldados percibieron que mientras se esforzasen por llegar a tierra, les sería imposible guardar a los presos. Cada hombre tendría que esforzarse al límite para salvarse a sí mismo. Sin embargo, si faltara alguno de los presos, responderían con su vida los encargados de su cuidado. Por lo tanto los soldados deseaban matar a todos los presos. La ley de Roma sancionaba este cruel recurso, y el plan habría sido llevado a cabo en seguida, si no hubiese sido por aquel hacia el cual todos estaban por igual profundamente obligados. Julio el centurión sabía que Pablo había sido el medio de salvar la vida de todos los que estaban a bordo; además, convencido de que el Señor estaba con él, temía hacerle daño. El, por lo tanto, “mandó que los que pudiesen nadar, se echasen los primeros, y saliesen a tierra; y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra.” Cuando se repasó la nómina, no faltaba ninguno.
Los náufragos fueron recibidos bondadosamente por la gente bárbara de Melita. Estos, “encendido un fuego—escribe Lucas,—nos recibieron a todos, a causa de la lluvia que venía, y del frío.” Pablo se mostró activo entre los que ministraban a la comodidad de los demás. Habiendo “recogido algunos sarmientos, y puéstolos en el fuego, una víbora, huyendo del calor, le acometió a la mano.” Los circunstantes se horrorizaron; y viendo por su cadena que Pablo era un preso, se dijeron el uno al otro: “Ciertamente este hombre es homicida, a quien, escapado de la mar, la justicia no deja vivir.” Mas Pablo sacudió el reptil al fuego, y no padeció ningún mal. Conociendo la naturaleza venenosa de la víbora, la gente esperaba que en cualquier momento cayese al suelo en terrible agonía. “Mas habiendo esperado mucho, y viendo que ningún mal le venía, mudados, decían que era un dios.”
Durante los tres meses que los náufragos se quedaron en Melita, Pablo y sus compañeros en el trabajo aprovecharon muchas oportunidades de predicar el Evangelio. De manera notable el Señor obró mediante ellos. Por causa de Pablo, toda la compañía de los náufragos fueron tratados con suma bondad; se suplieron todas sus necesidades, y al abandonar Melita fueron provistos liberalmente de todo lo necesario para su viaje. Los principales incidentes de su estada allí se resumen brevamente por Lucas en estas palabras:
“En aquellos lugares había heredades del principal de la isla, llamado Publio, el cual nos recibió y hospedó tres días humanamente. Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebres y de disentería: al cual Pablo entró, y después de haber orado, le puso las manos encima, y le sanó: y esto hecho, también los otros que en la isla tenían enfermedades, llegaban, y eran sanados: los cuales también nos honraron con muchos obsequios; y cuando partimos, nos cargaron de las cosas necesarias.”
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