11 de julio de 2019

Capítulo 42—El viaje y el naufragio


Esta cuestión fué muy discutida y finalmente referida por el centurión a Pablo, quien se había ganado el respeto tanto de los marineros como de los soldados. El apóstol, sin vacilar, les aconsejó que quedaran donde estaban. “Varones—dijo,—veo que con trabajo y mucho daño, no sólo de la cargazón y de la nave, mas aun de nuestras personas, habrá de ser la navegación.” Pero el piloto, el patrón de la nave y la mayoría de los pasajeros y la tripulación, no quisieron aceptar este consejo. Por cuanto el puerto en que habían anclado no tenía comodidad para invernar, “muchos acordaron pasar aún de allí, por si pudiesen arribar a Fenice e invernar allí, que es un puerto de Creta que mira al Nordeste y Sudeste.”

El centurión decidió seguir la opinión de la mayoría. Por consiguiente, “soplando el austro,” partieron de Buenos Puertos en la esperanza de llegar pronto al puerto deseado. “Mas no mucho después dió en ella un viento repentino, ... y siendo arrebatada la nave,” no pudo resistir contra el viento.

Impulsada por la tormenta, la nave se acercó a la pequeña isla de Clauda, y bajo su protección, los marineros se prepararon para lo peor. El bote salvavidas, el único medio de salvación en caso de que naufragase la nave, iba a remolque, y en peligro de hacerse pedazos en cualquier momento. Su primera tarea era alzarlo a bordo. Se tomaron todas las precauciones posibles para reforzar la nave y prepararla para resistir la tempestad. La poca protección proporcionada por la isleta no duró mucho tiempo, y pronto estaban expuestos de nuevo a la plena violencia de la tormenta.

Rugió toda la noche, y a pesar de las medidas tomadas, el buque hacía agua. “Al siguiente día alijaron.” Llegó nuevamente la noche, pero el viento no amainaba. El buque, azotado por la tempestad, con el mástil roto y las velas hechas trizas, era arrojado de aquí para allá por la furia de los elementos. Cada momento parecía que el crujiente maderamen iba a ceder en el balanceo y estremecimiento del barco bajo el embate de las olas. La vía de agua aumentaba rápidamente, y los pasajeros y la tripulación trabajaron continuamente para desaguar el buque. No había ni un momento de descanso para nadie de los que estaban a bordo. “Al tercer día—escribe Lucas—nosotros con nuestras manos arrojamos los aparejos de la nave. Y no pareciendo sol ni estrellas por muchos días, y viniendo una tempestad no pequeña, ya era perdida toda la esperanza de nuestra salud.”

Durante catorce días fueron llevados a la deriva bajo un cielo sin sol y sin estrellas. El apóstol, aunque sufría físicamente, tenía palabras de esperanza para la hora más negra, y tendía una mano de ayuda en toda emergencia. Se aferraba por la fe del brazo del Poder Infinito, y su corazón se apoyaba en Dios. No tenía temores por sí mismo; sabía que Dios le preservaría para testificar en Roma a favor de la verdad de Cristo. Pero su corazón se conmovía de lástima por las pobres almas que le rodeaban, pecaminosas, degradadas, y sin preparación para la muerte. Al suplicar fervientemente a Dios que les perdonara la vida, se le reveló que esto se había concedido.

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