11 de septiembre de 2019

Capítulo 58—La iglesia triunfante


Siglos de fiera persecución siguieron al establecimiento de la iglesia cristiana, pero nunca faltaron hombres que consideraban la edificación del templo más preciosa que su propia vida. De los tales se escribió: “Otros experimentaron vituperios y azotes; y a más de esto prisiones y cárceles; fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a cuchillo, anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; perdidos por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.” Hebreos 11:36-38.

El enemigo de la justicia no escatimaba ningún esfuerzo para detener la obra encomendada a los edificadores del Señor. Pero Dios “no se dejó a sí mismo sin testimonio.” Hechos 14:17. Se levantaron obreros capaces de defender la fe dada una vez a los santos. La historia registra la fortaleza y heroísmo de esos hombres. A la semejanza de los apóstoles, muchos de ellos cayeron en sus puestos, pero la construcción del templo siguió avanzando constantemente. Los obreros fueron muertos, pero la obra prosiguió. Los valdenses, Juan Wiclef, Huss y Jerónimo, Martín Lutero y Zwinglio, Cranmer, Latimer y Knox, los hugonotes, Juan y Carlos Wesley, y una hueste de otros, colocaron sobre el fundamento materiales que durarán por toda la eternidad. Y en los últimos años, los que se esforzaron tan noblemente por promover la circulación de la Palabra de Dios, y los que por su servicio en países paganos prepararon el camino para la proclamación del último gran mensaje, ellos también ayudaron a levantar la estructura.

Durante los años transcurridos desde los días de los apóstoles, la edificación del templo de Dios nunca cesó. Podemos mirar hacia atrás a través de los siglos, y ver las piedras vivas de las cuales está compuesto, fulgurando como luces en medio de las tinieblas del error y la superstición. Durante toda la eternidad esas preciosas joyas brillarán con creciente resplandor, testificando del poder de la verdad de Dios. La centelleante luz de esas piedras pulidas revela el fuerte contraste entre la luz y las tinieblas, entre el oro de la verdad y la escoria del error.

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